sábado, 9 de julio de 2016

Albornoz de Montealto -I-






Autor: Tassilon-Stavros

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ALBORNOZ DE MONTEALTO  -I-



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Tres locos se van a un balneario.
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Prefacio: La idea de estos tres zumbados del albornoz -después del lío que arman con los apellidos de Albornoz- me trae recuerdos, ¡cómo no!, muy cinematográficos. Por ejemplo: las comedias locas de la Ealing Studios inglesa en las que Peter Sellers y unos cuantos chalados típicamente ingleses siempre andaban metidos en fregados descuajaringadores, y hasta creo ver algún sketch tipo Monty Pithon. La verdad es que no pude dejar de reírme de lo lindo imaginando la escena. Y es que los balnearios siempre tienen algo de Cottolengo. El humor siempre merece ser bien recibido, es como ponerse el mundo por montera. Y por ello mismo, como alimento neuronal puede aderezarse con todo tipo de excipientes, y majarse y revolverse con todo. Hasta con "rana de San Antonio, hígado de toro, fresca deposición gallinácea, y pétalos rasposos de rosa de Jericó cortada en noche de cuarto creciente", como recetó una brujilla... El humor es una cruzada contra las quemaduras del alma, que nos templa el ánimo y nos robustece en la adversidad. Y una pomada para el corazón que nos desentumece del barro ruín que abrasa el mundo. ¡Saquémosle tajada, porque también es puro mazapán, hervido en rocío y aromatizado con clavo y azahar!
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La tarde que llegaron tronaba. La recepcionista les preguntó si tenían albornoz. 

-¿Se refiere al General?- preguntó Mary Reyes. 

-¿Qué general?- dijo la recepcionista, con cara de sorpresa.

-¡El general Albornoz!- apostilló Pedro José. 

-No le conozco- respondió la recepcionista confundida.

-¡No importa!- intervino Manuel Andrés, con intención de zanjar la conversación- Estamos muertos matados de cansancio y lo que queremos es dejar estas puñeteras maletas en la habitación y darnos un garbeo por los jardines o por donde sea antes de que se ponga a diluviar. 

-Bien- dijo la recepcionista- Aquí tienen ustedes el albornoz. 

-¿Qué albornoz?- pregunto Mary Reyes. 

-¡Otra vez vamos a empezar con el albornoz!- gritó fuera de sí Pedro José. 

La recepcionista cogió la llave de la habitación, con un visible temblor en las manos y la puso sobre el mostrador. 

-Les prometo que no volveré a mencionar el albornoz- dijo con cara de susto. 

-¡Estupendo!- exclamó Manuel Andrés-

-Aunque...- dijo la recepcionista. 

-Aunque, ¿qué?- preguntó Pedro José. 

-¡Nada, nada!- zanjó la recepcionista, aliviada.
   
Después de dejar las maletas, cepillarse los dientes y ponerse lo primero que se les vino a mano, como toallas -ellos- y una especie de clámide rosácea y un enrollado toallón a juego sobre la cabeza -ella-, Pedro José se había entregado un instante a relajarse haciendo o imitando la posición del yoga, recibiendo por ello una reprimenda de Manuel Andrés.

-¿Qué haces, "atontao"? ¿Ahora te vas poner a hacer el yoga ese?... ¡Dejate de posturitas y vámonos a pasear!

Y como se le había metido entre ceja y ceja a Manuel Andrés se dispusieron a airearse. Aún no habian pasado cinco minutos, cuando comenzó a caer agua como si nunca hubiese llovido. 

-¿Nos metemos en el hotel?- preguntó Mary Reyes, con el toallón y la melena empapada por el agua.

-¿Y si nos aburrimos?- dijo Pedro José. 

-¡Siempre estaremos más secos!- intervino Manuel Andrés. 

-¡Ya saltó el listo!- se quejó Pedro José- ¿Te crees que no sabemos que el agua moja, "enterao"? ¡Con lo bien que estaba yo con mi yoga!...
   
La recepcionista se quedó estupefacta, al verles entrar con sus toallones y calados hasta los huesos, (era evidente que no les había visto salir). 

-¿Por qué pone esa cara de sorpresa?- inquirió Pedro José, en tono molesto- ¿Acaso no hemos venido a tomar las aguas? 

-Sí, sí, desde luego- dijo la recepcionista con una amplia sonrisa- ¡Ah!, una pregunta. ¿Antes se referían ustedes al Cardenal?... Ya saben, al Cardenal. Al... que fue arzobispo de Toledo en la corte de Alfonso XI... Que era de Cuenca... 

-¿Nos está tomando el pelo?- preguntó Mary Reyes, exprimiéndose el suyo (aunque no hacía mucha falta que se lo exprimiese, porque bastante exprimido lo tenía ya). 

-¡No, no, por Dios, no se me ocurriría! Es que dijeron ustedes algo de un general y con ese nombre solo he encontrado un Cardenal. 

-¡Los cardenales son muy molestos!- exclamó Pedro José- El último que yo tuve me duró una semana. Me tropecé con una vaca, y ella ni se inmutó. Las vacas ya  se sabe, son muy sufridas. 

-¡Te quieres callar de una vez!- gritó Manuel Andrés- ¡Aquí no hemos venido a contarle nuestras vidas a esta señorita! A ver, ¿a qué hora nos toca mañana la bañera de burbujas? 

-Los horarios se los darán en el Balneario- contestó la recepcionista haciendo un puchero. 

-¡Oiga, no llore, que nosotros somos muy sensibles y nos va a contagiar el llanto! 

-No, si no lloro, es alergia primaveral- balbuceó ella.  

-¡Aaaah, bueno!- exclamaron los tres al unísono.
   
Bajaron a desayunar en albornoz, con un gorro de plástico adornado de margaritas, en la cabeza. Se llenaron los bolsillos con cuanto paquete de galletas había en el bufet y se sentaron en la mesa desparramando sobre ella docenas de porciones de mantequilla, mermeladas, tostadas, y una montaña de lonchas de jamón de York y queso.

-¿Café?- les preguntó la camarera estupefacta. 

-¿Tienen ustedes té... con sabor a café?- inquirió Mary Reyes con una sonrisa.

-¿Té con sabor a café? No, lo siento. 

-¿Y café con sabor a té?- insistió Mary Reyes. 

-No, tampoco- contestó aturdida la camarera. 

-¡Ya está ella pidiendo gilipolleces para no adelgazar!- protestó Manuel Andrés. 

-Será para no engordar- intervino Pedro José. 

-¡Ya saltó el listo! ¿Te crees que no sabemos que el té adelgaza? ¡A ver cuando te vas a anterar de que ella tiene el metabolismo al revés!  

-¡Ahhhh, no me acordaba!- se excusó Pedro José.  

-Bueno, pués tomaré chocolate con sabor a café- dijo resignada Mary Reyes. 

-Lo siento mucho, pero tampoco tenemos.

-¿Y café con sabor a chocolate?... 

-Pues no, tampoco- contestó la camarera con un temblor en la voz. 

-¡Pues entonces no desayuno, ya está!  

-¿Y ustedes... que tomarán?- preguntó la chica, compungida. 

-¡Yo... café con sabor a café y éste lo mismo! 

-¡Pero es que yo... quería té con sabor a té!

-¡Pues hoy vas a tomar café con sabor a café y se acabó! 

La camarera les llenó la taza, clavando tener un Parkinson en la mano, y salió disparada a esconderse en la cocina. Después de beberse catorce cafés entre los dos se fueron al balneario, ellos eufóricos y ella cabizbaja y disgustada todavía. 

-¡Vamos tonta, alegra esa cara, mañana pruebas el café con sabor a café, esta buenísimo!- trató de animarla Pedro José. 

-¡Vale!- contestó ella, pero ¿te has dado cuenta de que tampoco tienen mermelada de fresa con sabor a naranja? 

-¡Bueno, mujer, no te preocupes, ya encontraremos algo que te haga feliz!  

-¿Sabrá la camarera tocar la flauta travesera... o será una asesina?- se preguntó en voz alta Mary Reyes. 

-¡Como Hitler!- exclamó Manuel Andrés. 

-¿Hitler tocaba la flauta travesera?- preguntó Pedro José. 

-¡No, imbécil, Hitler era un asesino... de judíos!- vociferó Manuel Andrés. 

-¿Y de judías?- preguntó Pedro José. 

-¡¡Sí, sí, sí, siiiií, y de lentejas y garbanzos!!- gritó exasperado Manuel Andrés.

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Tendencias o teorías: "Los tontos son muy ocurrentes. Tienen una resignación sin límite. Tienen hasta empaque y lucimiento, y aunque amanezcan atravesados, son dicharacheros y tan capaces de estarse horas y horas concediendo al parlanchín instinto humano una misteriosa andadura cogitativa, que el que se pone nervioso escuchándolos es el que más pierde. Lo mejor es arrimarles paciencia y agradecimiento, y no tratar de afinarles sus instructivas aplicaciones a la ocurrencia, porque, al mondarnos de risa escuchándoles, hasta las oclusiones intestinales se curan. ¿Acaso no se ven hoy mayores disparates, se vieron y se seguirán viendo? ¡Hombre, y usted que lo diga!... Eso le honra... Qué rara es la gente que no se ríe, ¿verdad usted?... Es que ahora los escritores no son como los que yo leía de chico,  no saben decir las cosas tal como piensan, le echan demasiado teatro a esto del vivir y nos ponen rancio el corazón con tanto querer lucir las miserias diarias a la luz del sol. Ahí tiene usted a los gorriones y a las tortugas de las Galápagos ¡cómo se defienden!... Sí tiene usted razón, en fin, ¿me deja usted su albornoz, porque esos nubarrones amenazan lluvia, y antes de que descarguen y acabemos como un cenagoso congrio, quiero ir a tomarme una horchata? ¿Le gusta a usted la horchata?... No mucho, me gusta más el ponche Caballero con una yema de huevo. ¿De tortuga?... ¡No hombre, de pollo!... ¿Qué rara es la gente? Bueno, ¿me deja usted el albornoz o qué?... Ahora, en cuanto me ponga los calzoncillos... ¡Pues sí que anda usted suelto... no te digo!...