martes, 4 de agosto de 2015

Mi otra orilla







Autor: Tassilon-Stavros






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MI OTRA ORILLA



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La gracia primera de la vida penetra en mi voluntad cuando, con un dulce sobresalto y una impaciencia nueva, me devora la emoción sagrada que me traen las memorias... ¡Cuánta agitación, conscientemente ascética, trastorna así el súbito espacio de los pensamientos!


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¿Será porque las ansiedades viven de una conspiración organizada por lo que nunca mueren los arrebatos?... Y es ahí, en esa muda fiesta, reverenciado mundo de ecos íntimos, donde vuelvo a cobrar más ímpetu. Y a lo ignorado llamo vida infinita, y en el filo de los límites me abrazo a todos los acentos.

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Cada tiempo posee su grito, y cada uno trae a cuestas su misterio. Y aunque no sé con quien habré de encontrarme, quiero seguir sintiendo la tierra con su canto ardiente, y que las ideas me turben, secundando decisiones que nunca inquietan al sumiso... Y pese a que pueda tratarse de un capricho absurdo, apoyo la cabeza en una mano, y sigo fascinado por ese vasto mar que suscita, de la poesía, el idealismo, y de la palabra sensitiva, su prodigalidad.


 
 
 
 
 
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¿Será porque sigo buscando un reino de nuevas profecías, de tentadores santuarios y noches aventureras, por lo que vuelvo a hermanarme con lo desconocido?... Y es ahí donde existe mi otra orilla, en la que nacen los sueños. Y sus latidos remotos, entre los que no tienen sitio los dioses humanos, sino una magia inocente de seductora divinidad.

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Ya no sigo aguardando respuestas que no vienen,  ni creo que existan fórmulas de perfección, ni espero recompensas prometidas... Pero, a fin de no perder la intimidad de cuantos lugares vi, quiero continuar embebido del aroma del tiempo. Y de aquellas pasadas brisas vagabundas, seguir recogiendo sus fuerzas elementales con acariciadora excitación.

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¿Será porque no sé si volveré a gozar de aquellos exquisitos matices que, una vez alzadas las cortinas de la tierra, desnudaron sus presencias, por lo que continúo prolongando mi estremecimiento venerador?... Y es ahí, en aquel viejo equilibrio armonioso del espacio, inalterable sensibilidad del antojo arcaico, donde, por un astro entre un cielo cuajado de luces, debo aceptar, cual embaucado estratega, que vivo bajo el influjo de una evocadora obsesión.

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¡Y mi otra orilla me está diciendo que siga!...

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