viernes, 3 de abril de 2015

Ataduras









Autor: Tassilon-Stavros







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ATADURAS



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Cuando pierdo mi refugio del pasado a costa del presente, y las horas, a mi espalda, pasan como gaviotas deslumbrantes sobre el descuido desnudo de mis encendidas apariciones, aquellas que guardan su tono de serenidad deliciosamente dormidas entre los años, hago del silencio, sereno y nostálgico, mi despedida más elocuente. ¿Es error mi fantasía? ¿O una mano de vidente que escribe con la torpe letra de un ciego? 

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Rompecabezas melancólico es la base de mi mundo. Pero mi felicidad y mi inocencia nunca se rompen, porque del contacto sensitivo de la naturaleza guardo sus aromas y rarezas. Son mis naves corsarias que siempre navegarán a través del tumulto procesional de mi voluntad, y seguirán transportando, entre respiraciones mojadas y calientes, y como promesas para otros días,  los remedios que mitiguen el dolor de mi ansiedad.

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Ingenuo poeta que, penetrado de las armonías glorificadoras del mundo, todavía ansía perderse en una sencillez de infancia para que nunca le arrebaten su paisaje. Y por ello, antojo de siervo es mi verdad. Y celebro la resonancia íntima y pausada de mis emociones; y tiento la última tierra roja, callada y brillante, cuando, entre sueños, en ella llamea la descarnada sierra de mi isla, cuyos montículos descienden en peldaños verdeantes hacia el mar, poco antes por el ocaso magnificado.

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Noches de blanda evocación que acogen mi voz balbuciente. Líricas presencias de imágenes literarias. Pupila herida que todo lo escudriña: montículos y llanuras, barrancos y rinconadas. Paisaje exaltado que acoge mi respiración vibrante. Y encerrado en él, preciso y fugitivo, mientras la luna se acuesta sobre las aguas, se palpa el diagnóstico concluyente del aventurero que muere gozoso frente a sus laderas envidiadas.


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Salgo de noche a observar estrellas, ...sueño siempre, y dejo de sentirme. Quisiera así marchar sin extraviarme en la nada. Pero antes oiría el mundo mis gritos de discípulo afligido, y el terremoto de mis llantos revolcándose en la contrición de mi último latido. Y que quede mi alboroto entre las anchas noches olorosas de heno, y en la miel del paisaje idílico. Alabada sea, pues, mi complacencia que nada sabe de vanagloria. Y seguiré siendo el forastero que se pasea entre viñas verdes, púrpuras, amarillas, con racimos violeta y sarmientos negros.  

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Encarnado me hallo en mi rincón isleño como en un friso cerámico. Es otro misterio. Mas fue tal la belleza de todo cuanto me rodeó que allí proclamé mi fidelidad y mi sosiego. Y no negaré que siento una hoguera en el pecho a la que quisiera que todos se acercaran a calentarse, pues guardo en él mi añorada asiduidad peregrina, mis poéticos impulsos del júbilo, y la exaltada magnificencia de mi pobre imperio donde habrán de morir mis secretos envejecidos.