miércoles, 23 de octubre de 2013

El que espera desespera







Autor: Tassilon-Stavros









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EL QUE ESPERA DESESPERA



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Dormía la ciudad bajo el cielo frío, y la luna se mostraba como hoja de acero azul brillante hundida en un bloque de hielo. La luminosidad de las calles había adquirido una tonalidad cremosa y tierna, y las más lejanas, bajo aquel universo puro y cristalino, aparecían veladas como por un tul de fina humareda invernal. Se quedó sentado frente a la ventana, recordando... Poco después, levantándose, anduvo agitado por la habitación, no sin arrojar frecuentes miradas hacia la pantalla del ordenador. En la calle solitaria habitaba ahora un juego de sombras de un leve matiz ambarino.

Las tres de la madrugada y todavía no había recibido lo que tanto esperaba. Su temor ¿no sería en aquellos momentos más que un gran sueño brillante y vivo, vehemente y desesperado? Se sentía como un mendigo hundido en su soledad consentida, atrapado por la indiferencia más completa e infranqueable. Y volvió a contar los días pasados cuando escribía sin cesar. No había dormido ni un instante durante aquellas noches. Estaba helado, pero helado como si el frío brotara de cuantos objetos atestaban la habitación. El aire gélido había invadido el cuarto. La estufa eléctrica llevaba días sin funcionar...

El equilibrio armonioso entre la luna apostada en el cielo y las líneas anaranjadas de las calles se había roto. Su refugio no era más que una estancia pequeña y negra, sin calor, donde sucumbía al dolor de su enfebrecida espera. Giraba sobre sí mismo, y luchó desesperadamente por no derrumbarse sobre el frío suelo. Fue presa de una especie de trance. Cayó por fin en la cama y ocultó el rostro en la almohada, repitiendo sin cesar:


-Alguien lo leerá... lo sé... lo sé. Tienen que leerlo... Y esta vez... - graduó su hesitación, agitando la cabeza. Luego volvió otra vez su rostro hacia el ordenador, tratando, con los ojos muy abiertos, de equilibrar la inquietante situación que seguramente volvería a enfrentarle a un nuevo comentario, tan temido como deseado, aunque intentando convencerse de que esta vez sería positivo.

Y como si avanzara cuesta abajo hacia una cascada de pensamientos, se zambulló primero en el remolino de sus soliloquios, intensamente amplificados por la connotación casi humorística de su pretendida falta éxito, no tan sólo por incomprendido, sino por ignorado:

-"¡Sí, sí,... esta vez en mi texto vuelco conceptos que por fuerza han de conmocionar a mis posibles lectores. Lo he purgado de todo sabor mediocre. Es un hallazgo condimentado por tan brillantes argucias pasionales como son las de la alienación. Ya lo dijo Erasmo, ¡mi maestro!: "Todo cuanto el hombre ha hecho y dicho en el curso de los siglos no lo debe a la razón, a la sabiduría, al cálculo ni al intelecto, sino a su locura, de la cual mana el instinto, la pasión, el entusiasmo, y los impulsos irracionales que nos aleccionan" Una vida regentada por la lógica, ¡jajajaja!, ¡sería insoportable!, porque no conocería el heroísmo, ni los sueños, ni la fantasía o el amor... Y vosotros, lectores desconocidos, a los que tanto os gusta desalentarme y fustigar tortuosa y vilmente mis textos que proponen soluciones aventuradas a esta existencia de mierda, acabaréis comprendiendo que con mis letras os ofrezco una invitación indeclinable de libertad intelectual. En mi texto brillan los más altos exponentes de esa libertad que tantos pretenden negarnos, puesto que no rindo cuentas a los poderes temporales ni me condiciono a ellos. Mi escrito es un nuevo "Elogio de la locura", ¡jajajajaja!"

De pronto, en su imaginación se presentaron los constantes elementos inestables y arrogantes de la crítica, que volvían a desenmascararse cobardemente tras aquel nacarado y distante universo de la pantalla del ordenador, mostrando la ignorante crueldad sin rostros que él acostumbraba a ver allí proyectada como escorpiones que reptasen por la misma en forma de palabras.


-¡Me la he jugado otra vez! ¡Lo sé!... ¿Habré perdido?... No debería esperar... No quiero más mordidas... más desgarraduras. Lo mejor sería..., sí, borrar mi texto.... No merece ser leído por esos roedores atrapados en el patetismo de su mediocridad... ¡Malditas ratas de Internet! ¡Jajajajaja!

Su tormento se recrudecía entre aquellas carcajadas demenciales y exasperadas que brotaban como llamaradas de ardientes brasas.

-"Pero, sí sí. He de obtener respuesta de esa ventana plateada... de ese maldito apartado de comentarios. Porque si no ¿dónde esconderé mi desesperación. ¿Dentro del armario? ¿Debajo de la cama?"- se dijo para sus adentros- ¡No, no, mi razón sigue indefectiblemente sus pasos hacia la lógica de la locura! No puede ser de otra manera. Y por ello debo continuar esperando. ¡Todo este maldito universo tecnológico debería leer mi texto! "Soy un autor conspicuo lo sé..." (Hablaba jactanciosamente para sí, creyéndose un poco indulgente ganador del Planeta, del Goncourt, del Pulitzer, y, ¿por qué no?, hasta del Nobel) 

Y como seguía haciendo demasiado frío se arrebujó en el cobertor. Inmediatamente, le asaltó un nuevo temor:

-Quizás no debería exponerlos a las insidiosas miserias de los lectores de webs.... No obstante,... sí, he de enfrentarme a sus desafíos.

Pese a todo, de nuevo sintió aquella constante sensación de vértigo que le había venido invadiendo desde que colgara su escrito en el blog. Cubrió sus ojos.

-No estoy seguro de que deba permitir que la pantalla endemoniada me observe mientras espero. Sin embargo, ¡no!,... no puedo apartar mi mirada de ella!... ¡Es como intentar golpear el viento!

Volvió a hundirse en el silencio. De hecho realizaba un esfuerzo descomunal por no patear aquel endemoniado ordenador, siempre en reparación, por las miles de veces que lo había vapuleado, y en el que sobre los acumulados escritos de su blog abundaban los comentarios de cuantos desconocidos virtuales, navegando por Internet, se habían adentrado en su santuario literario. Allí, bajo sus textos, viperinamente, se amontonaba la ponzoña verbal de cuantas críticas comentaristas recibía, y a cuya lectura y relectura se entregaba como el poseso masoquista que en realidad era.


Y en aquel mismo instante, ¡el ordenador habló! 

Volvía la triste voz de sus noches, como un vendaval de palabras escritas, que, pese a carecer de sonido, erizaban sus cabellos castaños, ya casi descoloridos, como un desgarrador crujido de cuerdas de guitarra maléfica. Contuvo su respiración. Y en aquella lobreguez, frente a la pantalla que parecía lanzar una sutil, bien que no menos siniestra mirada a su gélido escondrijo, experimentó su acostumbrada sacudida espasmódica cada vez que sus ojos se perdían sobre la maleza reflectora de cuantos comentarios podían así llegar hasta él, probablemente desde los linderos más remotos de este planeta de orates. Letras angustiosas, frases que aparecían como dando traspiés, escritas quizás por algún niñato, aprendiz de escritor, desequilibrado y dañino, trasnochador demoníaco atacado por los erráticos delirios de la farlopa, y que serpenteara por la espesa selva de Internet dejando en sus webs la hiel terrorífica de su veneno; por algún Jack el Destripador de los muchos que abundaban entre las callejuelas nebulosas de la red, y cuyas palabras poseían el filo cortante y asesino de un bisturí; o por alguna aspirante a vedette literaria que volcara sus frustraciones en dispersos, prolongados e insoportables relatos románticos, y que así, probablemente atacada por la locura incipiente de sus  malogradas aventuras amorosas, lanzara sobre otros blogs el ominoso mecanismo de sus venganzas, desintegrando ilusiones literarias desconocidas con sus abominaciones valorativas.

Y brillaron de nuevo las palabras, mientras su mirada galopaba sobre ellas, radicadas en aquel aislamiento exclusivo de su blog. Letras negras como buitres espectrales aglomerados en la copa iluminada de su árbol literario, recorriendo aquella especie de disgregador laberinto de fotones cuánticos para concentrarse en la endiablada pantalla. Iones transmisores del horror, y capaces de reavivar en su cerebro, una y otra vez, la psicosis esquizoide de un rencor desaforado por todos aquellos que lo insultaban y a los que no podía identificar ni dejar de leer. Y allí, frente al temido comentario, volvió a hundirse más y más en el universo límbico de unas obsesiones internáuticas a las que seguía abandonándose con la virulencia del hombre cuya identidad se perdía en una jungla de turbulencia febril:

“Apreciado Gili Smith,- rezaba el comentario- he leído detenidamente tu escrito “ESTOY COMO UNA CABRA", y creo que debería hallarse amontonado en una carreta de bueyes, de ésas que todavía se utilizan en el tercer mundo, para que sirva, junto a otras basuras, de fertilizantes a los campos agitados por el horror de la miseria, ya que tu texto para lo único que en realidad sirve es para eso, para abonar la última y definitiva esperanza de quienes tienen que intentar sobrevivir y alimentarse con desesperación de los productos desastrosos que les concede una tierra alimentada, entre otros muchos excrementos, por tantas porquerías como las que tú has escrito. No sé por qué diantres sigues matándote a escribir, ofreciéndonos semejantes bazofias. Tus nulos esfuerzos literarios resultan repulsivos. ¡Tío, no flotes más, y, eso sí, no dejes de llevarte contigo tus textos onanistas y descerebrados al nicho en ese espléndido día en que te mueras y desaparezcas de Internet!  Me meto los dedos en las orejas para no oír tus gañidos de frustrado, y mi puntuación, como no podía ser menos, es de ¡CERO PATATERO!... Con todo mi aprecio, te abraza amistosamente tu asqueado lector al que has hecho vomitar otra vez. SIMIO-NOCTURNO.

-¡¡¡No, no!!...- repitió perplejo, releyendo el comentario de Simio-Nocturno, mientras la persistente identidad subjetiva que él adjudicaba a su talento, y que tanta desdicha le acarreaba, caía de nuevo en manos de esa sutil intriga internáutica y de sus malignos inquisidores.

El águila había descendido en picado hacia su blog, y otra vez se hallaba completamente indefenso entre aquellas garras virtuales, algo contra lo cual todos sus admirables denuedos por dignificar la lectura de sus relatos poco podían auxiliarle. De nuevo, sus esfuerzos inusitados y ambiciones oscuras por hallar el reconocimiento de aquellos lectores a quienes no conocía, pero cuyos comentarios nunca podría dejar de leer, propiciaban una caída mil veces repetida.

-Lo han hecho,... han sido capaces... -  

Corrió enloquecido hacia la pequeña cocina anexa a la habitación, y bebió ávidamente un vaso de agua. Luego volvió hacia el ordenador y tapándose la cara con ambas manos, sollozante, se agachó frente a la pantalla, y exclamó:

-¡Cobardes!... ¡¡Tú sobre todo, quien demonio seas, Simio-Nocturno!!...- Y como único alivio a su tribulación, echó mano de aquella máxima que irónicamente esgrimiera, contra el fanatismo difamador de la plebe, algún monarca o Papa puesto en la picota por el pueblo: "Pocos, orates y divididos... Todos carniceros". Se sintió así más reconfortado- ¡Sí, favorecedores del complot internáutico, que os servís de la insidia traidora y emboscada de la crítica. Vuestro puñal ya no puede atravesarme porque yo poseo algo que vosotros jamás poseeréis. Un rango espiritual arduamente logrado que rehuye la presunción imperante en tantos blogs que hacen del fariseísmo literario su alimenticia doctrina diaria. ¡No soy el hijo bastardo de vuestras prostituidas madres! ¡Mi libertad vive de orígenes mucho más profundos, complejos y dignos! Pero vosotros vivís bajo el púlpito de la obediencia a las indulgencias contradictorias de los tribunales del mundo, y así disfrutáis de la liberación de las alimañas. Esos tribunales que invalidan las penitencias impuestas por la justicia, excarcelando monstruos, y cuyas tesis pretendidamente humanitarias premian así los crímenes que habéis cometido, a fin de restaurar un sólo orden: ¡el del cementerio!- ¿Disparataba? Sin duda. Pero aquella noche lo hacía a través de los agitados horrores de otros miles de destrozados despertares horripilados que se sublevaban contra las demacradas leyes terrenas del hombre- Te doy las gracias, Simio-Nocturno, y las hago extensivas a todos los demás. Queréis mi muerte,... llamáis bazofias a mis escritos, pero no creáis que habéis abierto mi ataúd a la literatura, porque, mal que os pese, no tenéis el don de la infalibilidad,... para eso necesitaríais, ¡jajajaja!, al Tribunal de Estrasburgo, y su demagógica apelación al timorato y obsequioso sentimiento humanitario con los homicidas Y como hoy, al parecer, únicamente existen prerrogativas esperanzadoras para los asesinos en serie y otros endriagos por el estilo..., la única resolución que tomo no va a ser la de no adoptar ninguna, ¡jajajajaja! Sé que ello movería vuestra esperanza de que el tiempo arregle las cosas, y que yo desaparezca con él.... Nada me importa el dicho de que cada hombre nace con su destino, y que nada ni nadie lo puede cambiar, porque no es más que una sucia mentira. Mi destino lo forjo yo. Mi revolución, aunque silenciosa e incruenta, no cejará tampoco en su misión literaria y atormentadora hacia todos los que me vejáis. Os hago patente mi nueva herejía donde podréis incubar vuestro próximo odio: ¡a partir de ahora escribiré poesía!¡Hay que joderse!...



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