viernes, 27 de mayo de 2011

Esa luz

 

 
 
 
Autor: Tassilon-Stavros




 
 
 
 
 
 
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ESA LUZ


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Esa luz me convierte en siervo de un mar posesivo y no menos infinito que alimenta una plenitud de promesas, un coloquio íntimo de peregrino al que tienta toda esta tierra ignorada. Veras blandas que se desposan con las aguas. Orillas de jornada venturosa, contorno evocador de una huida callada...

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Esa luz y ese mar poseen, de todos los confines, un pequeño secreto no descifrado. Son mi santuario y mi último sueño. ¡Ay si me agasajaran con una nave blanca que me llegara desde su horizonte calcinado!

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Y como si vinieran los tiempos prometidos, me humillaré como el siervo en su presencia. Desapareceré con mis culpas, pero no como el reo al que se sentencia... Esa luz es la antorcha que devora mis negruras, la que trae el fruto que me arrebata, la que me arrastra hasta un rito de purificación. Y la dejo, a voluntad, vibrar en mis ojos. Fuente que mana de la oscuridad, y calma esta sed de caminos, de esperas, de espumas en mi lengua que guardan un misterio de comprensión.

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Anhelos de humanidad primitiva, fuegos del mañana, llantos por la madre muerta, hombres que perdieron sus pasos en la umbría del miedo y del silencio. ¡Cuántos espectros por los muros! ¡Cuántas palabras extraviadas en ondas de hipocresía y apologías del menosprecio!... Luz ¡asísteme!, y renueva tus designios. Conozco, del presagio, los signos. La impaciencia hostil que atormenta el instinto. Sé de nuevo mi lámpara, arranca de mí la piel del león, condúceme hasta esa nube púrpura donde se estampa el ocaso, y que mi carne viva en sosegado recinto.

 
 
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Esa luz me consagra en la liturgia resonante del huracán aventurero al que se rinden mis afanes, un fausto de imágenes y plegarias andariegas a las que me esclavizo sin codiciar más salud que la lucidez de su aliento. Hondos latidos de lejanías que pregonan sus hogueras en las cumbres. Valles rubios y olorosos, refugios donde resucitan los pozos que dan de beber al hombre sediento...

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Esa luz y ese huracán describen, de todos los sentimientos, una armonía dormida no determinada. Son mi brutal ebriedad y mi demencia. ¡Ay si me acogieran como al enfermo centinela de frágil fantasía afiebrada!

 
 
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Y como si me dejara atrapar por una vehemencia de sed devoradora, la amaré profundamente perturbado. Mi complicidad recorrerá sus rebrotados pasadizos de sol, liberando del veneno mi sangre... Esa luz despierta un eco de quimeras sobrecogedoras, es mi realidad tal como la quisiera, tiene un nido enigmático en el que a la gratitud se suma el amor. Y la busco, toda ella un símbolo, en mis espejos confusos. Dueña de ideas y sentimientos, voluptuoso alivio del dolor, del recuerdo, de las decepciones que convirtieran en simiente trágica mi juvenil clamor.

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Estirpes que olvidaron la misericordia, crasitud podrida de cosechas venturosas, hijos amados que se perdieron, moradas sombras de caminantes que sufrieron el furor implacable de una historia que, al fin, nos hizo fuertes. ¡Cuántos desiertos sin oasis! ¡Cuantas pasiones sin vínculos, que no hallaron sentimientos de alivio y murieron en un mundo sin ternura!... Luz ¡albérgame!, muestra tu heredad. Atravesé, del pedregal, su sequedad. Y vi en las pupilas glorificadas la violencia cobarde. Sé de nuevo mi fuego, aparta de mí la fría voracidad de la hiena, acógeme en tu caravana que se inunda de cielo, y que me adormezcan las palmas a la caída de la tarde.