martes, 13 de abril de 2010

El gran secreto de H.G. Wells Parte II -V-




Autor: Tassilon-Stavros





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EL GRAN SECRETO DE H.G.WELLS

PARTE II -V-

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Todo el salón parecía en calma. La rojiza puerta de entrada había reforzado la complicidad compartida de los visitantes cerrándose tras ellos. Regía un presagio, un desenlace, que motivaba la avidez del descubrimiento. Sólo cabía maravillarse ante la extraña simbología inexplicable, monumental, que dominaba la gran sala, y en la que se distinguía un nuevo testimonio de complaciente superioridad remota; una alusión arquitectónica que hubiera sido salvada de los vestigios de una era inmemorial. ¿Era ésa la otra indefinible paradoja tras la que la prodigiosa tecnología de la implacable plataforma Wellyes ocultara su originaria autenticidad? Eras que se habían disuelto y que así hubieran permanecido enclaustradas, como un prisma hipnagónico que conservara la magia de un mundo mítico del que hubiera germinado la grandiosa proporción de la obra Bosswellyes, y cuya historia oculta dormitara en aquella atmósfera ceremonial, de código indescifrable, preservada entre una arqueología indescriptible, fortalecida probablemente por un orden social ya recluido en su génesis misteriosa. La sala engendraba, pues, una ondulación gigantesca y alucinante: una cicatrizada era de oscuridad, y un avance firme, prolijo, inflexible, de cuyos rasgos fundamentales, ya obsoletos e insondables, hubiese compilado y desarrollado su inextricable orden riguroso, su avanzada tecnología, su monumental automatización, algorítmicamente protectora, la poderosa y dictatorial civilización de Bosswellyes Community.

Las dos criaturas Albion se deslizaron por la sala ligeramente encorvadas. La invasión del salón, convertido en una abovedada atmósfera fosforecente, paralizaba ahora sus pasos. Se habían arrastrado sin el menor signo de violencia por la densa penumbra amarillenta de la dilatada galería, que bruscamente cerraba la enorme puerta de rojo oscuro. Habían sido hijos desnaturalizados de la idea intelectiva de la plataforma Wellyes. Criaturas sin ideas ni palabras. Clones incluidos en esa parte de la naturaleza viva que todo lo admite y nada examina: seres exclusivamente contemplativos y esclavizados. Justificada ahora la inesperada era de rebelión Albion, se sintetizaba al mismo tiempo una emoción singular, un impulso irrefrenable de conocimiento, aunque desprovisto de toda imaginación, y mucho menos exento de cuanta aprensión pudiera crearles el desconcertante reconocimiento, carente de toda explicación, que en estas criaturas provocase la característica encubierta de la verdadera naturaleza de la era Bosswellyes.

Las exuberantes fustigaciones lumínicas se adherían a sus cuerpos desnudos como una secreción amarillenta, confiriéndoles una apariencia eflorescente. La estancia ejercía sobre ellos una sugestión hipnótica. Lo inspeccionaron todo. Y concentraron ahora su mirada en el reflector holográfico que generaba en ambos visitantes cierta intranquilidad. Dicha inquietud no les impedía, sin embargo, indagar su posible circuito energético (su antigüedad parecía garantizar intimidad absoluta a la presencia de ambos intrusos), y que probablemente se conexionara, en eras pasadas, a alguno de los muchos sistemas protectores de datos de Clonic Science Institution. También sus claves se hallarían ocultas en las computadoras informáticas de inmenso laboratorio. El aislado salón, dada su proclividad, no debía, por tanto, percibir los innumerables adelantos tecnológicos que caracterizaran las inmemoriales etapas evolutivas de Wellyes y su Krizalid Restricted Zone. Imaginar los remotos fines utilitarios de dicha sala escapaba a la inteligencia de ambas criaturas Albion, pese a las reavivadas reacciones cerebrales experimentadas por los simbióticos cerebros de la última generación clónica. Pero la curiosidad forma parte del desconcierto. Y el desconcierto desencadena ciertos fenómenos contagiosos que promueven los comportamientos más extraños, aun en sus seres más primitivos. La psicosis esquizoide de la rebelión Albion movía ahora a los dos intrusos a dañar, desactivar y destruir todo sistema límbico acreditado por la civilización Bosswellyes, aún fuertemente custodiado por la infinita virtualidad de sus adelantos tecnológicos. La misteriosa sala generaba ciertas tensiones electromagnéticas, unas fuerzas centrífugas que los sumía en una disgregadora danza de fotones cegadores. Sus extremidades parecían recibir aquel flujo de radiaciones interceptoras que danzaran en el salón. Pequeño universo de energías puras, misteriosas, quizás olvidadas. Un primer "submundo" cuántico y primitivo de Bosswellyes Community cuyas repolarizaciones de iones transmisores habían permanecido allí, bloqueados, en un entorno deteriorado, y que una vez, con toda seguridad, habrían formado parte del esquema primitivo de Wellyes. La sala, por tanto, en estas últimas eras, custodiaba tan sólo, celosamente, un significado histórico ya obsoleto, que, por sus características, no impugnaba, y menos encubría, los execrables orígenes tecnológicos que alcanzaran su mayor plenitud desde sus originarias eras hasta el actual contexto histórico de la plataforma Wellyes. Y por ello mismo debía ser destruida.

Los efectos perturbadores del acto devastador al que se aprestaron con toda energía las dos criaturas Albion fueron acompañados por crujidos siniestros, indicadores de emergencia inmediata. Las cientos de burbujas luminosas parpadearon; y como si la gran sala se hallase inexplicablemente conectada a algún engranaje oculto, transferido, contra toda suposición, por los generadores cuánticos acoplados a la gigantesca célula auxiliar y energética de Clonic Science Institution y la impresionante órbita tecnológica, plena de indetectables sensores enemigos, que concedía a Bosswellyes Krizalid Restricted Zone su indestructible naturaleza de superioridad y progreso irreversible, ambos seres Albión sufrieron una convulsión de aterradora crudeza. Todo el primitivo salón parecía haber detectado las maniobras violentas de sus dos visitantes. Se esfumaron las gravitacionales ondas lumínicas. A la perturbación sísmica, siguió, por tanto, una sacudida disfuncional, como si todo hubiese de desaparecer en pocos instantes. Y así aislados en una especie de gran célula límbica, de oscuridad total, herméticamente cerrada, que les impedía en consecuencia cualquier conato de huida, las criaturas Albion, incapacitadas para comprender la naturaleza que manipulaba aquel probable programa centinela, ya inmovilizados, comprendieron que no tardarían en ser eliminados. Como primer signo de ataque se produjo un fogonazo cegador. Acto seguido un fotón de escáner imprimió un vertiginoso impulso supino con su amenaza implícita. Fue una llamarada concentrada en un punto indefinido del gran salón, que localizó, como si se tratara de un dispositivo de camuflaje que surgiera de pronto entre aquella densa atmósfera de completa oscuridad, una pantalla redonda y fluctuante que, alzándose del suelo, ofrendó un inmemorial material circular de holofotos en movimiento.

Apareció entonces un enorme rostro sobre un fondo tridimensional, que las criaturas Albion asociaron de inmediato con una sugestión hipnagónica que irrumpiera en la sala. Acción, causa y efecto de la avanzada tecnología Bosswellyes. Aquel extraño robot no tardaría en asumir, mediante un mortal acupuntor eléctrico, la destrucción sistemática de ambas criaturas Albion, allí atrapadas. Pero el insólito robot, tan diferente al prescripcional policía Hyde, les observaba con fijeza, como si se tratase de un gigantesco tomógrafo deificado. Un nuevo ser simbiótico, adulterado por inimaginables eras de envejecimiento, germen probable de uno de los primeros clones de los laboratorios Science Institution, que, asombrosamente, no mostraba el menor signo externo de violencia; y que, expresándose en la inteligible lengua Wellsenglish de los habitantes de Krizalid Restricted Zone, insistía en hacerse acreedor de la atención, un tanto a la deriva, de sus únicos espectadores: las dos criaturas Albion.

"... Mi mundo. Aún trato de imaginarlo bajo la forma de aquella noche cerrada... Londres... Desaparecí en el viento... en las estrellas. Todo era preferible a aquella existencia insensata, terrorífica, absurda y sin esperanza. Mis irritaciones cotidianas se desarrollaban con facultad desoladora: observar día a día la necedad del hombre y no poder tolerarla. Mis puertas se cerraban. Sé que a todos ofendía el convencimiento de mi superioridad. Pero tal supremacía no era cierta. ¿Se podía llamar superioridad al hecho de poner en duda la probidad de los hombres? ¿No se trataba realmente de un mal sueño, de una estúpida ilusión por tratar de hallar esa percepción racional de la que, según nos asegura la filosofía, ¡ah el gran Aristóteles!, somos su instrumento lógico y social, sus verdaderos dueños? ¡Un error! Hoy, tres mil años después, yo, el ser más viejo que haya podido conocer el mundo, pruebo y verifico que el hombre es tan sólo dueño de dos conocimientos previos: el del cuerpo que siente y la ley defectuosa de sus sensaciones. La sensibilidad, la razón, la justicia no constituye su Verdad social. Como testimonios de la existencia siempre serán sospechosos. Y el progreso tampoco nos convertirá en seres justos... Mi mundo, tres mil años atrás, me había arrastrado, por tanto, a ese extremo dislocador. Lo divisaba como una nebulosa instalada en mi cerebro. Las tesis desorbitadas de mis conocimientos me imponían esa tarea. Tan sólo el hombre estúpido, el patán que siente sobre sí el peso de la tierra, podría haber hallado consuelo imaginando el bien de la especie, porque la prosperidad y el infortunio jamás se equilibrarán. Trato de recordar, no obstante, la época en que creí ser feliz. Me imponía largas tareas, razonamientos, horas dulces colmadas en la investigación y la literatura... Pero el saber filosófico poseía una substancia lúgubre, un desmayo continuo en el más profundo desaliento. No niego que me sobrecogía la idea de la muerte. Los hombres nacíamos únicamente para devolver a la Naturaleza su préstamo; luego la Nada, la espantosa Nada nos aguardaba. ¡La tierra!, convertirme en el polvo insignificante que la recubre, perderme en ese agujero sin fondo, bullente de gusanos, que habrían de devorarme en una eternidad sin conocimientos... ¡Ah voraz olor intolerable, olor horrible de la muerte, ¡cómo ansiaba revocar su anuncio! Y de ser el hombre honesto que escucha a la Razón, me convertí en el hombre desdichado que trata de satisfacer todos sus apetitos. Si somos propiedad de la Naturaleza, ¿por qué no serlo de sus vicios? La Naturaleza, al arrebatarnos de la vida, me parecía de una impudicia absoluta. Es por ello mismo, por lo que esa misma Naturaleza dejaba vía libre a todos los excesos del hombre, como deja en libertad a las tempestades y terremotos. El mundo jamás conoció el orden. Ha vivido en un constante desorden natural: si es lícito conceder inteligencia a algunos de sus hijos, y convertir a otros en ciegos, en dementes, en idiotas, la Naturaleza defiende, pues, la monstruosidad. Y sus hijos son monstruos, al fin y al cabo. La Naturaleza posee malos instintos, disculpa y encubre los crímenes, celebra y absuelve a los culpables, porque al cabo obrará sobre todos ellos con su fin: la Nada. La única metafísica que la Historia del mundo conoce, no se halla más allá de lo físico, de la Nada. El estudio de las criaturas que pueblan la Naturaleza siempre se ha regido por las matanzas, la ambición, el dolor..."

Una de las criaturas Albion emitió un murmullo de descontento. Se negaba a admitir más demora al proceso destructivo del gran salón. Observaba con recelo al extraño ser que apareciera en el fotón de holovisión. Se mostró reticente desde un principio a la sugestión hipnótica con que la imagen parlante irrumpiera en la sala, grávida, hipnagónica, degenerativa y de comprensión absolutamente nula. El proceso mental de la segunda criatura Albion se mostraba, no obstante, más receptivo a la visualización cinemática de aquel ser, ya desaparecido en eras precedentes, y que parecía haber deseado permanecer aprisionado en las tinieblas históricas de Wellyes como legado corroborador de su originario sistema de vida. Aquel rostro proyectado por levitación electromagnética, ajeno ya al presente de la plataforma Wellyes, surgía de un inmemorial letargo de eras, implantado y conservado en holofoto por la preponderante casta Bosswellyes. Nacía de la negrura de un mundo mortecino como si se hubiese mantenido desde siempre flotando en su misterioso vacío incomprensible. Su mensaje, artificialmente conservado por láseres, poseía un recóndito y definitivo significado sumamente valioso para la civilización de Krizalid Bosswellyes. Un significado que tal vez fuese necesario en las subsiguientes eras a la casta Albion, ahora capaz de reaccionar violentamente, por medio de una inusitada rebelión, a las presiones tiránicas ejercidas hasta entonces por la supremacía Bosswellyes.

La criatura Albion que había decidido ya su opción, descubriendo cómo aquella nueva facultad intelectiva se transformaba en su cerebro, se sintió como elegida por la imagen holofótica. Disfrutaba del instante. Observaba fijamente y trataba de penetrar el significado de aquel torbellino de pensamientos ofrecidos por el parlante ser cinemático que no representaba amenaza alguna a su seguridad. Sus conceptos fluctuaban como meras abstracciones habladas, pero se agitaban como rumores estimulantes en la mente del Albion. Sus ojos no le contemplaban como a un extraño. Era como un instante esperado. Como si sus escasas eras lo hubieran deseado; y ahora, allí, en aquella sala oculta del laboratorio donde había sido clonado, había encontrado lo que su cerebro buscaba. Su mente formaba parte por fin del rito de la inteligencia. La metamorfosis del ser Albion se había completado. Se mostró airado contra su compañero. Se sabía momentáneamente a salvo de las patrullas Hyde, puesto que el intrincado salón no podría ser interceptado de inmediato por los mismos. El valor de aquella imagen era mucho más importante que cualquier otro peligro imaginable. Y para frenar el avance destructor, su protesta constante, su indiferencia ante la imagen proyectada por el fotón, en que insistía su compañero, no dudó en enfrentarse a él. Se enzarzaron en un estallido frenético. El opositor más inteligente tomó un extraño instrumento de tono brillante y cortante que aparecía protegido por una de las cristaleras que se habían hecho añicos, y sin pensárselo dos veces rasgó una vez y otra la piel desnuda de su compañero. Escuchó un fuerte alarido frente a la acústica incansable que emitía la imagen parlante. Brilló el fulgor rojizo de la sangre como candescente licuación que, expandiéndose, envolviera el cuerpo desnudo de la herida criatura Albion con un velo gelatinoso de ebullición pegajosa. Luego los coágulos ennegrecidos circunvolucionaron sobre su piel pringosa, y el ser Albion, que había experimentado contracciones horrorosas, expiró.