domingo, 18 de octubre de 2009

El Eremita parte II -VIII-





Autor: Tassilon-Stavros





*************************************************************************************


EL EREMITA PARTE II -VIII-


*************************************************************************************

De la infancia de mi tiempo persiste la resonancia delirante de los oráculos. Y de la floreciente adolescencia de mi linaje los fulgurantes vuelos de mis breves fantasías, insaciable pureza vivida sin previsión. Yo me sumía en melodiosas percusiones de locos afanes. Y cedí a los súbitos impulsos del deleite que mis anhelos teñían. Tan mágica espontaneidad la promesa del mundo poseía, que jamás enumeré los males. Mas todo era falso. Y rechacé de los dioses todo fruto de invocación. Y los ojos del hombre, los que yo creí mansos y tristes, se posaron iracundos sobre mí. Sus bocas se alzaron para escupirme porque no me humillé ante una frente ungida. Y cuando de su grito implacable mis oídos aparté, el veneno de su sangre vertieron en mi abierta herida.

Arrojado fui al paisaje de piedra. Tan sólo me rodeaba un país desolado y candente. Fueron mis compañeros los alaridos de las hambrientas fieras. Resonaron mis pasos entre sus montes rotos. De los abrasadores delirios de Casandra recibí su torrente tempestuoso. Rozagante peplo en nave negra, noche en la tierra, extraviado bajel del miedo. Y un crascitar de cuervos como afirmación de razas frente a los textos apocalípticos que me engañaron con leyendas y desenfrenos. Excelsas mansiones equívocas, corceles áureos de los variopintos dioses, vasto continente de ciegos atributos. Cosecha injusta de un yermo éter... Guardián no soy ya del oráculo, sagaz palacio que teje el porvenir del miedo. No entono el himno clamoroso que administra sus sentencias, ni adoro los sacrílegos embates de sus fuegos. Dejé mi epitafio tras los vientos del Este: oprobio fue mi templo, sierpe su toga en mi cuerpo, apotegma falsario el esclavizador púlpito de sus mandatos e indultos.

De aquella descendencia escogida soy el intratable amigo de censuras. Mis palabras de amistad son altares poco frecuentados. Solitario viandante entre la oscura niebla. Mis afanes sangran sobre un cetro de dardos y pertenezco a la estirpe de los necios desdeñados. Furor de casta que regocija a los caudillos. Soy la burla retórica, el lancero de irrestañable fuego. Viento y llanto en las almenas de murallas sobre figuras resplandecientes con arneses de guerreros. Onagro de vasallos y príncipes que forjan sus Imperios en bronces y aceros. No habré de llevar sus anillos a mi boca. Dejo el odio entre los hijos de los hombres. No concedo gloria inmortal a sus tragedias y parricidios entre litúrgicos clamores. Con arduo empeño huyo del sendero implacable del crimen. Y persiguiendo lo imposible, cercano a mí el pomo de la muerte, yo arrostraré la vida que me dé el destino. Me dejaré impeler por los soplos livianos del viento. No acompañaré al coro de los dioses, no asistiré al asedio impertérrito de sus traiciones, ni me adentraré en los despóticos oídos de los súbditos, mercaderes tenebrosos que se ungen con la hiel nauseabunda de sus proféticos hedores.

Y esparciendo voy mis miradas más allá de los pueblos tumultuarios, donde medida no tienen los poderes de las armaduras, las preeminencias de los báculos. Buscando caminos que oculten sus santuarios; rehuyendo las escalinatas torrenciales de los mármoles blancos. Desincorporadas de mis viejas claridades de inocencia, el deseo y la tentación. Hago de mi vanagloria un sollozo arrepentido. Y llego desnudo para arrodillarme frente a las aguas, trazada ya la visión de mi nuevo reino, donde todo lo atiendo, todo lo aspiro, todo lo contemplo... Si me buscáis, en la calma de la Naturaleza hallaréis mi casa de oración. En mi rural vereda permanece mi imagen. Mi elemental precepto de amor. Y de las tierras aborrecidas retengo tan sólo este refugio íntimo. La glosa espontánea del hombre que ya no siente dolor. Águila de oro fue mi linaje de advenedizo. Mal y castigo mi vanidoso laurel ilegítimo. Pulso equívoco con el que los hombres ungir suelen sus juicios. Y de la sangre que enfangara mi tierra de luna, aparté la simiente del poder, los impuros triunfos que atraen los cuervos sobre nuestras cruces, siempre ensambladas por los maleficios.