jueves, 8 de octubre de 2009

El Eremita parte II -VII-




Autor: Tassilon-Stavros





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EL EREMITA PARTE II -VII-


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Halda de mar entre dos oteros. Patas de loba de bronce. Torreones de calima, sahumerios esparcidos del ocaso. Del molino con techumbre de leña me llega un sendero entre los cáñamos. Arden mis viejas pupilas frente a la holgura. Isla venturosa, salterio que tañe mi descanso. Y en mi huerto, donde la abundancia no resplandece, frente al esfuerzo ahogado de los heliotropos, un único latido receloso se yergue. Sedienta higuera, áspera y rancia, que su verde blandura perdiera. Mendiga de frágil silueta, lengua sin sabores que incuba la miseria y perece. Más fastuoso mosaico no poseo, ni más estirpe credencial que la del ave perdida en melancólico litoral. No pertenezco al estrépito humano. Mi aire desmañado no se abre paso en sus conciencias dormidas. Serpiente soy desplegando sus anillos en palabras de torpe artificio. Ojos recónditos, llaga fermentada en el pantano.


Mas, miedo no hay en mi memoria. Cumplida anduvo la desazón del tiempo. Y mi alianza de ternura todo lo alcanza. Labro mi ronda entre los peldaños fértiles de mi desamparo, sin destemplanza. Pero persigo esa tenaz perfección con que la belleza celebra los umbrales de la tierra. Barro pardo, peña roja, pecho en carne viva. Humanidad viscosa que la austeridad y la meditación encierra. Soy la imagen llameante del taumaturgo, que estampa rúbricas de odio frente a otras ofrendas. El convidado siniestro que arruina altares de corrupción. No sirvo a Belo. Rehuyo las danzas de dryadas y pastoras. Pieles viejas de serpientes son mis proverbios sin canción. Ponzoña escondida, enseñas roídas por los buitres. Cautiverios doctrinarios entre huesos astillados e irreconocibles. Mi licencia es soledad. Una necesaria máscara de mi libertad. Hoy, de mi ser, flamante perspectiva. Tiempo y espacio que recogen, como vientos rigurosos de mi abnegación, nueva forma definitiva.


Y así rehuyo el presagio violento que me destierra del vínculo humano. Al rebelarme contra sus dioses, víctima soy de sus resabios léxicos. Juzgan mi escepticismo griego. Mis recursos de sofista. Y mi verdad absoluta es arrojada al inextricable laberinto de otros credos. Y como portador de un pesimista gnosticismo que me destierra de su divina armonía, pervierten mi ternura en sus vigilias de ironía. Y no me aceptan como hijo del paisaje. Todos mis excesos se convierten en pecado. Soy el cuerpo astral de sus prestadas divinidades apartado. Pero yo vivo en mi noche constelada de estrellas. Y redención no busco en el recuerdo de aquellos aljibes, de aquellos acantos en los dinteles y arcosolios de los templos, donde una vez oré a los dioses entre talladas columnas de grifos y delfines, apartándome luego de sus ágoras populosas, de sus memorias que hacían del mal un bien pervertido; de sus cortejos fúnebres, lamentaciones envilecidas de suspiros, murmullos de salmos a los que aunaran aullidos y alaridos.


Dejadme en mis ruinas aisladas. Me oculto bajo los ramajes tiernos como los dragoncillos por entre las espadañas de las pitas. Y si perdí los brazos de las palmas, la pintura arcaica de mis calendarios paganos, la realeza de las cumbres de Oriente y sus óleos pingües, tengo mi barca plana, a la que le pone hechizo mi limpia playa. Y mi porción de felicidad, donde mi fealdad se inflama, y mi mendicidad, escudriñada y maldecida en la actitud ruin que el mundo favorece, posee el brillo inusitado de este dédalo costanero y silencioso que a mí me enternece. Mi penitencia convierto en complacencia, y ascua que no agoniza es mi perdón. La forja de mi padecer no conoce la ciénaga ni el pavoroso miedo. Tengo mi sacerdocio elegido, mi hábito mísero y viejo. Y tras mi ordenada muerte, no esgrimo decepción. Poseo mi arena fresca, y del crepúsculo, mi postrer divinidad viva de fosforecencia, su fiel tonalidad deliciosa. Y el vínculo estrellado de mi isla viene siempre conmigo. Impresión azul de mis cálidas penumbras que transforman mi cautiverio, entre exquisita mesura, en percusión melodiosa.