viernes, 25 de septiembre de 2009

El Eremita parte II -IV-





Autor: Tassilon-Stavros





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EL EREMITA PARTE II -IV-


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Sé que que llegará un día en que mis profundos ámbitos sensitivos se perderán por entre esa hora confusa del olvido. Y que ese místico firmamento, bajo el cual se desgranara la insolente mies evocativa de mi tiempo, se despedirá de mí deslizando su última cortina sobre la tierra de mis tradiciones y señuelos... Pero a través de la luz de la muerte, en su profundo arcano, yo seguiré enlazado a estas noches solitarias de mi isla, donde dueño fui de otros anhelos; aquéllos que una vez, frente a los tesoros indolentes del mundo, mis ojos despreciaron. Quedará mi imagen perdida entre las pálidas celosías del silencio, espectro de corteza carnal prendido en la eternizada blancura de la olivera. Y al sol se mantendrán abiertas mis ventanas, frente a la concavidad de mis cielos, azul y placentera. Y yo, que nunca presentí la pequeñez de mi vida, gozaré en la molicie, sin ciudades de mármol, y por tiernos tréboles mis cuitas arropadas. Y aunque en mi quietud postergado, seguirán las estrellas, como oleadas generosas, estampándose en mi sepulcro. Y quedará mi voz, encendida de piedad, crepitando como el sarmiento en la lumbre, en la nada revelada, y sobre aquellas sendas inmutables de mis veneraciones siempre ondulante y esperanzada.


Sé que cuanto fui, tuve y esperé, dando cumplimiento a mi vida, secreteará, hablándose bajo, como ensartado rosario de misterios, en los alaridos de los vientos, en las alucinaciones de los desiertos y en los recónditos idiomas de aquellos mundos paganos que de mis enseñanzas heredé. Yo habré partido silencioso y desamparado al amor pastoral de mis bosques de tinieblas, repudiada y aborrecida mi carne rugosa, abominada mi vanagloria de eremita por las lides del mundo, de cuyas fiestas nefandas tantas veces me burlé, porque jamás hubo caridad contenida en el vaso ardiente de sus pompas, ni fueron sus seres desvalidos y enfermos socorridos. Yo seguiré por mis huertos y caminos, soñando con esparcir grano en las terrazas y en los patios donde se apadrinan las lágrimas. León viejo que ya no palpa fortaleza. Vagabundo huido de los pórticos. Réprobo de iras, que se muestra al pueblo en la paz del alba. Y al que se grita y se ladra, relegado al internado perpetuo de su choza. Y soy la burla, la piel de hiena, la víbora que escapa, porque a mi inocencia, cuando el mundo duerme, la convierto en tierra prometida... Y mientras se hilan entre los árboles hebras de plata, yo recojo de la hierba nueva y mojada del relente sus fragancias. Pero ya todo confirma mi sentencia. Exprimí la hora de mis templos. Me gocé en la holgura, grande y redonda, de mi luna. Ya no manan mis fuentes. Se perdieron de mis noches su efluvio caliente. Queda mi blancura estatuaria, y en la palpitación de mis labios se fragua una exhalación de muerte.


Sé que mis palabras de poeta, aquel río incesante que tantas veces endulzara el aire, que serpenteara entre temblores fríos y trágicos, y al que incorporé la palpitación de mi vida, sin lastimarme el pecho en mi soledad evocativa y deseada, a mí han vuelto sin extraviarse en la nada. Y que frente a los gentiles gozosos del tumulto, que ordenan el suplicio entre el resuello convulso de su ferocidad, hombres que matan a los hombres, rumor de argollas que contienen las ataduras de su sangre, sometido vivo a la servidumbre de mi memoria, y que mi protesta les cansa. Que no habrán de concederme mi griego indulto que una vez vibró entre las arcadas festivas de las Thesmophorias; y que señalando espantados mi rasgada túnica, de fimbrias negras, verme quieren como al hierofante que perdiera dioses en sus guerras. Y observo que en sus ademanes de amenaza, de los que ya resbala, de la muerte, su aspereza, condenan mis lecturas, mis cantos y poesías, y que a mis apotegmas de sofista sus jabalinas lanzar ansían. Y coser mi boca quisieran, para que no silbara la víbora. Y convertirme en reo de argollas entre el torrencial patio de sus mármoles. Y que fuera sierpe en su foso donde los pájaros posarse no pudieran... Pero yo abandoné sus murallas, guardé silencio mientras las mieses granan y la rosa de los frutales cuaja. Y dejé que vibrara encendido el mosaico de mi pobreza, el regalado pesebre de mi siembra. Sé que, cuando me vaya, huiré como el águila de las almenas, desnudo, con piel que ya no sangra. Quedará mi recuerdo en la blandura con que se remontan espantadas las palomas, al abrigo de mis últimas cúpulas de ensueños, como el pastor trashumante que desaparece con su ganado en los rediles de las afueras... Y si el aire crepita de salmos, es porque en todos los misterios habrán quedado mis plegarias, mis llantos, como un vaho entre remansos.