Autor: Tassilon-Stavros
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EL EREMITA II PARTE -I-
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Yo soñaba frente al riachuelo
donde rebullen las libélulas y se alborota el filo de la caña buscando el
cielo. Aquél cuya corriente incesante serpentea hacia tu recuerdo en mi
laberinto de ermitaño. Y allí junté mis manos, en silencio y soledad, porque
creí cumplida mi obra en este mundo. Apartado de soles y bullas. Relegado ya el
porqué de todos mis viajes.
*
Pero no dejé de olvidarte ni un
solo instante. Y cuando las gentes me insultaron, riéndose de mi pequeñez
cotidiana, vino a mí tu canto, afanoso y compadecido. ¡Ay, azul lejanía danzante!
Fuiste mi gaviota temblorosa, femenina como el agua, volviendo al nido. Ave
mendiga de mi tiempo, arrullo entre las sombras. Limosna prometida entre
ramblas de mensajes.
*
Yo me estremecía en la cerrazón
del crepúsculo. Y allí, donde una vez me dejaste tu sello de eternidad, hallé
albergue donde guarecerme. Estampa de campo y temblor del agua. Perennemente
anclado en un espacio donde tu imagen se volvía ahora el único objeto de mi
deseo.Y te soñaba, siempre rendido y anhelante. Nunca apagué mi lámpara de
soñador solitario, por si tú aparecías en el carro de las nubes. Y aislada
quedó en un rincón de la choza mi noctámbula melodía inofensiva y rumorosa.
*
Pero fui vagabundo del viento, y
mi oración jugaba a perderse entre las brisas del invierno, como herida raíz
frente a las veredas antiguas del recuerdo. Se cerraron para mí todas las
puertas de la aldea. Y me llamaron insolente por esperarte en mi sendero yermo.
Sigo siendo tu prisionero, forzando aún mi débil espíritu para adorarte. Y
espero tu carroza, cuando salgo solo a tu soñada cita, sumido en mi oscuridad
silenciosa.
*
¡Sueños, viejos sabores de
paraíso, amuletos modelados de la memoria, que, aun viviendo de la lírica de
nuestra naturaleza, amortajáis nuestras verdades absolutas, no creáis que he
visto por última vez el mundo! No os alejéis de mi puerta, ni rodeéis la loma
del dulce descuido, porque yo vivo en la suave frescura de mis evocaciones, en
la enramada de mis mañanas primaverales, en los nacarados haces de la luna
nueva, y en cada grano de trigo derramado.
*
Y mendigo en la esperanza. En el
alborozo que mana del cielo al alba. Y guardo en mí, tras este rostro
envejecido, mi hora vieja de humanidad, mi fuente íntima de romance. Nada pido.
Ni dejo mi eremítica sed de pobre caminante perdida en dolorosos pensamientos.
Espero que cante el pájaro en su sombra invisible. Y, callado, aguardaré la
dádiva. Sé que llegará a mí como señora del silencio, entre su lluvia de
misericordia, iluminando mi choza donde siempre la esperé entre mi ímpetu
contenido y desvelado.