jueves, 6 de agosto de 2009

La Rosa de Jericó





Autor: Tassilon-Stavros





 
 
 
 
 
 
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LA ROSA DE JERICÓ


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Las mejillas fajadas con un lienzo. Devorada carne. Ave huida apedreada por la gente. Es Hadar la leprosa, débil gemido al abrigo de los muros. Una flor sumida en el abismo.

Paloma sin trigo. Rosa de amor. Pétalos perdidos que hoy arrastran arenas de espejismo. Todo fue aventura para ella. Dádiva tentadora, donde los hombres vertieran su simiente.


Es voz que resbala en el silencio. Figura entre la niebla, puñal herido por la injuria. Migajas engulle sin alzar la frente. Y se pierde entre los matojos menudos de los fosos.

Calma su sed en cisterna abandonada. Lepra agónica, acogida en el valle de los pozos. Nido de fuego que una vez envolviera el deseo. Sueños negros en su vendaje de incuria.




Oreo del alba. Y en la vera del Jordán, Jericó, en un hontanar de caravanas desbordada. Hadar recuerda el pesebre tibio. El aroma en la mata viva de los rosales. El patio amado.

Y en la desolación, su llanto. Vejez roída en un anhelo. Morir en aquel olor remansado. "Con lepra pagué mis culpas, dejad que muera como la rosa, entre inmaculada túnica".

Jericó, enramada de palmeral. Frío latido de misticismos que ríe de la leprosa su agonía. Jericó, piel de arena. Murió Hadar, sin sepultura. Y el desierto trajo una rosa embrujada.
 

Hoy jura el pueblo que en cada gota de su savia, bula de perdón y magia, Hadar renacía. ¡Ay!, Rosa de Jericó, que se deshila como la felpa. Y que en ansia crepita, ¡de hechizo eterno inflamada!
 
 

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