miércoles, 17 de junio de 2009

¡Allí fue Troya!



Autor: Tassilon-Stavros


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¡ALLÍ FUE TROYA!

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-¡Pues, mamá, que éramos pocos y parió la abuela!- Saltó con su incandescencia la voz descompuesta de Manoli ante el simún abrasador que, de puertas para dentro, embistió su enturbiado ánimo.

Y es que la llegada al piso de Lola, la novia de su hermano Juan, unos ocho años mayor que ella, acrecentaba ahora los agobios impuestos por un espacio vital ya suficientemente saturado. Y por ello no hay más remedio que ser justos y enfocar el asunto con todo el carisma de una auténtica tragedia, que lo era, pues no estaban los tiempos como para más "pan y peces". Y, en consecuencia, no es de extrañar que tanto a la madre como a la hija les hubiera dado de verdad el sopitipando ante el premio gordo que ahora les caía encima.

Luisa, la siempre sufrida madre de Manoli y Juan, dadas las exigencias filiales de este último (y por muy manifiestos que se pintasen los agravantes de la más insostenible de las situaciones), no tuvo más remedio que doblar la cerviz, tragarse los morretes de anciana, y acoger, pese a las quejas de su hija, en lo exiguo de su jardincito de muy trabajado sosiego, el retortijón que, en forma de amorosa berza, le aparecía de golpe en el sembrado. Y nada, que aparte de venir a comérsele lo mejor del huerto, dispuesta estaba a exigir de ella, por si fuera poco y después de toda una vida de abnegación y privaciones, algún que otro sacrificio más. Todo muy aliñado, además, con cuatro santidades empachosas de las que hieden a sartén martirizadora, y cuyas primicias suelen basarse en el tan traído y llevado dramón popular de: "Para eso están las madres", a fin de poder ser noblemente servida (pese a que su pobre hija menor, Manoli, viuda para más inri, le rechinaran los dientes) como refrito de víctima propiciatoria en aquel nuevo potaje de miserias, puesto a punto esta vez, para "gourmets" de segunda fila, por el cachondo y entrometido Eros.

De la problemática de vivienda, aunque sea meterse un poco en camisa de once varas, teniendo en cuenta que era una especie de tabuco de unos treinta metros cuadrados más o menos, lo único que viene a cuento recalcar es que, sin lugar a dudas, debieron vérselas y deseárselas para poder rebullirse los cuatro en tan reducido perímetro. Y en cuanto al grado de ignición a que llegó la convivencia con Lola, chispas hubo más de una, y siempre por los motivos de rigor.

Entrar lo que se dice entrar con buen pie, no entró, eso es cierto. Además de que ya venía misis Lola bien preparadita con su trabuquillo en bandolera. Trabuquillo cargado de agresividad y con aires del Moncayo, que no en vano era ella digna hija de Aragón y jotera por más señas. Y es que, respirándose como se respiraba en la casa un ambiente de "mucha, pero que mucha decencia" (digo yo que sería por tal razón), su, vamos a llamarle, delicada situación de "cónyuge en cierne", cohabitando con novio, futura suegra y cuñada antes del sacrosanto himeneo, ... pues eso, que no resultaba muy digerible del todo. Y como fuera que nuestra flamante Lola, con tanto alfilerillo zahiriendo el medio, no se esforzase en absoluto, ni cuando entró ni durante los primeros tiempos, en limar un poco su quisquillosa y mosqueante posición frente a la candente susceptibilidad "decentísima" de Manoli, no tiene por qué extrañarnos la fría acogida que ésta le dispensara en un principio y con que la mantuvo un tanto a raya más de lo que se hubiera podido prever.

Lola y su coleo entre el género humano en calidad de novia de Juan, al igual que la Adah bíblica del Caín, cuyo origen, desde que el mundo es mundo, preocupara siempre a los intelectos comadreros, aderezó pucheros de misterio y conjeturas entre madre e hija, desconocedoras de su existencia hasta aquel mismo instante en que apareció por el piso. Había estado sirviendo desde que viniera del pueblo. Y hete aquí que Juanito, sin contar con su madre y su hermana (costurera de oficio, que era quien en realidad mantenía a todos, pues el muy cantamañanas de Juan era un perenne tarambana sin trabajo), la sacó de servir, se la trajo a casa y se la endilgó a las dos. Esa era toda la historia, y lo demás (desbarró Juanito al ser fiscalizado) "fisgoneo puro y meter cuchara en guiso ajeno" Y como, al parecer, de lo que se trataba era de que los hados de la fortuna "propiciaran" la gran aventura matrimonial (muy desdibujada ante la inestabilidad laboral ofrecida de continuo por el novio), allí se quedo Lola, en espera del, llamémosle, ansiado momento, tan tranquila y reservada, aprovechando la bicoca de manutención que, antes de hora, le ofrecía su futuro esposo (contando con los cuatro chavos que del gobierno recibía su madre y el cose que te cose de Manoli), repantigada, y un poco "aquí-me-las-den-todas, que-yo-ya-he-dejado-de servir" (¡"dolce far niente"!), y sin que, por lo visto, le quitara demasiado el sueño el negro montaje con que habían tenido que apechugar la infatigable hermana del novio y la agotada madre que se acomodó en todo momento, con bilis o sin bilis, ¡vayan ustedes a saber!, a las exigencias planteadas por el hijo de sus entrañas.

Claro que para regurgitar bilis, ya estaba Manoli, que se la tenía jurada al muy pomposo y fantasmón de su hermano por cierta tunantada que le había jugado unos meses antes, y que, por supuesto, no le había perdonado (y dudo mucho que, conociéndola, le perdonara jamás, pues era ella hembra de temple sublime y rebufes vindicativos bastante precisos y equitativos). Juan había aparecido un día con una enorme caja de cartón llena a rebosar con los cuerpecitos desnudos de unas cincuenta o sesenta muñecas, remedos humanos fabricados en goma, y propuso a su hermana la confección de un adecuado vestuario para embellecerlas, con lo que, aparte lo poco complicado de la faena ofrecida, podría, a instancias suyas, porque él tenía mucha mano en la entidad fabricadora de las mismas, proporcionarles una buena remuneración. Que no era por nada, pero aquella tarea no se la brindaban a cualquiera. Y la tontaina de su hermana (dados los agobios crematísticos en que se hallaban cada dos por tres) aceptó.

Conseguidas las cuatro telitas necesarias (que pagaron madre e hija), Manoli se enzarzó con toda presteza en la esperanzada labor remuneradora; y con toda la meticulosidad que siempre la caracterizara, vestidito va y vestidito viene, cosiendo como una loca, pedaleando igualito que una locomotora humana en aquella Singer inglesa que adquiriera de recién casada (gracias fueran dadas a los muchos sacrificios de su fallecido marido), eterna compañera de noches en blanco y de habilidades costuriles bastante mal retribuidas por lo general, en dos semanas, y casi, como digo, sin tomarse un respiro, puso de punta en blanco a todas las pobres peponitas desnudas, y con tanto primor que daba gozo verlas de tan hermosotas ahora y tan engalanaditas, listas para salir a la luz en cualquier escaparate de juguetería.

¡Ay!, pero el asunto del cobro, por desgracia, fue ya otro cantar. Juan, más satisfecho que un bajá con su harén, y después de haberles prometido el "oro y el moro" a su madre y a su hermana, desapareció tal como había aparecido con la preciada carga de monigotas, bien que, ahora, adecentadas y hermoseadas con todo el fililí del mundo. Adónde fueron a parar o qué demonios hizo con ellas es algo que las dos pobres mujeres no llegaron a averiguar nunca. Como nunca llegaron a saber tampoco los beneficios que la labor de Manoli pudo reportarle al muy culo de mal asiento de su hermano, porque, tan cierto como que sale el sol todos los días, que aquélla, después de batute costuril que se pegó, no vio ni una peseta recompensadora.

-¡Menudo golfo! ¡Así le caiga encima...!- Farfulló Manoli más de una vez, encendida ante la estafa de que la había hecho objeto su hermano.

-Hija, por Dios...!- Se exclamaba su madre.
-¡Que sí, mamá, que es un golfo y un perrángano! Después de las horas de sueño que me ha robado, y encima habiendo pagado nosotras los retales... ¡En Carabanchel tendría que estar durmiendo ése ya de por vida, el muy...! En mala hora se me ocurrió fiarme de él, porque, conociéndolo como lo conocemos, ya nos lo teníamos que haber olido. Y es que con este granuja, que en mala hora pariste,... ¡vaya que no!... ¡Que no acabaremos de aprender nunca!

El muy vivalavirgen de Juan, manteniendo la más cínica de las posturas, prometió repetidamente a su hermana que le pagaría el trabajo (cuando él, con toda seguridad, ya se habría zampado hasta el último tejeringo: "¡Así se le hubiera atragantado al muy soplagaitas"!, se dijo para su capote más de una vez la sufrida Manoli), pero, retomando la cuestión del afloje de la mosca, la fábrica estaba resultando, a pesar de su insistencia, un tanto morosa en cuanto a proceder a remunerar la mercancía entregada. Que, a fin de cuentas, también él tenía sus intereses en aquel asunto. Y, al cabo de una de las últimas trifulcas, llegando ya al colmo de la desfachatez, aún tuvo el bandujo de proponerle a su hermana la confección de otro vestuario para próximas monigotas.

-¡Sí, hombre, encima!- Exclamó frenética Manoli, mirando a su madre- ¿Pero es que este hijo tuyo no ha conocido nunca la vergüenza?... ¡Me tienes ya muy harta!, ¿sabes, guapo? Y, a partir de ahora, como no te mantenga mamá, lo que es yo no te voy a dar ni un mal mendrugo, ¡so haragán!... ¡Cantamañanas!, que sólo has venido a este mundo para chulearnos a las dos. Pero, te lo aseguro, conmigo esta vez has dado en hueso.

En cuanto a Lola, hay que reconocer que era un poco burra, y a Juan, por la noche, mientras cenaban las cuatro patatas fritas y un huevo que les ponía por delante su madre, le gustaba encocorarla:

-¡Pueblerina, que eres una pueblerina!- Se guaseaba mosqueando a su futura- Si el día que tiraste de la cadena de tu primer "wáter" casi te mueres del susto.- Y mirando a su madre y a su hermana, a las que tanta chunga les apetecía más bien poco, se tronchaba- Si allí en tu pueblo campáis todos por el monte, sueltos como el ganado, y tiene uno que ir mirando al suelo, como en un campo de minas, porque, a la que te descuidas, ¡zas!, te pegas el corte.

-¿Y tú qué sabes de mi tierra?- Inquiría de morros la avasallada Lola- ¿Acaso has estado allí alguna vez, so burro?- Y su deje mañico se hacía de lo más patente.

-¡Venga ya! ¡Que sois todos un atajo de bestias!- Volvía a las andadas Juan- Que si no fuera porque arreáis para Madrid...

-¡Mira, majo, a mí no me hables más!- Se enfurecía Lola- ¡Que mañana mismo cojo el portante!

Se iluminaba el rostro de Manoli por un instante.

-¡Tú que vas a coger!- Seguía riéndose Juan.

Y, claro, no lo cogía (el portante). Madre y hermana, al cabo, no concebían que semejante pareja pudiera alguna vez llegar a contraer matrimonio. Manoli estaba ya, por aquellos días, que se subía por las paredes, porque mucho enojarse por la noche, mucho hacer el numerito, mucho pasarse las horas muertas en el lavabo (que ésta era otra), pero de arrimar el hombro en cuestiones de limpieza diaria del piso ¡nanay!

Siendo, pues, muy notorio el tupé con que Lola, felizmente, campaba por sus respetos entre las angosturas tribales del dichoso piso, Manoli, ahuecados sus plumones, ¡faltaría más!, acabó, desesperada ya, por poner los puntos sobre las íes a la conducta y actuación de la (para su novio) bien hallada Lola. Y de que la "mademoiselle", a desgana, con retortijones en el estómago, con bilis, y con todo lo que ustedes quieran añadir, no tuvo más remedio que pasar por el tubo, doy buena fe. Así que, por narices, su mundillo de invitada con privilegios y de prometida de las de "aquí me las den todas", se fue, como tenía que suceder tarde o temprano, al carajo. ¡Toma ya!

Con todo y ello, como Lola también era de las que no hacían ascos a su época, y la influencia (tan arraigada ya entre el "populus" femenino) de los radiofónicos seriales calienta-caletres fructificaba naturalmente en los ya consustanciales y consuetudinarios (¡qué "paralelada", "mon Dieu"!) estados anímicos de las radioescuchas, entre las que, forofa como todas y por no desmerecer, se encontraba asimismo misis Lola,... pues, digo yo, que sintiéndose un poco heroína de novelón-río, vilipendiada por cuatro incomprensiones de turno, y también por aquello del gustirrinín que proporciona el sentirse víctima tontorrona de lo que sea, ideó (que es a lo que íbamos), para resarcirse, cual mala del cotarro, la venganza que más a gusto le vino; y que, por supuesto, artimaña ramplona, resultó muy acorde con las mentalidades fregatrices del momento. Aunque, ¡vamos!, la verdad fue que el premeditado desquite le salió dolorosamente rana, porque Manoli, que era a quien iba destinado, dio en hacer una "de populo barbaro" como réplica a tan directa provocación.

... Se paseaba Manoli aquella mañana por el pequeño comedor. Y en su constante ir y venir se reflejaba bien a las claras los síntomas de una profunda agitación. Su madre, no menos alterada, no le quitaba la vista de encima.

-Vamos, hija.- Rogó la señora Luisa- No te pongas así.
-¡Que no, mamá! ¡Que no aguanto más!- Repuso Manoli encrespada- ¡Voy a esperarla! No pienso moverme de aquí hasta que me aclare qué jueguecito es el que se trae amontonándonos toda la basura que barre y no friega debajo de las mesas y de las sillas! Pero ¿tú has visto cómo está el comedor? Llevo tres días aguantándome, ¡pero a mí con apaños de puerca, no! ¡A ver qué se ha creído ésa! ¡La muy... pingo! Y si hay que despabilarla, la despabilo. ¡Vamos!, que de hoy no pasa. Se va a acabar ya de una vez por todas este cachondeo.

-Que no se da cuenta, hija.- Sonó conciliadora de nuevo la voz compungida de la señora Luisa.

-Pues yo voy a hacer que se dé cuenta.- Repuso Manoli, cuya irritación iba "in crescendo"- Que yo estoy todo el día pegada a la máquina de coser, y tú, con tu edad, no tienes ni por qué darle a la escoba ni por qué agacharte con la bayeta, que ya has fregado bastante en esta vida. Y si ésa no sabe limpiar, ¡yo voy a enseñarla! Que ni tú ni yo nos dejamos rincones cuando le damos a la escoba y al agua. ¡Tiene ésa muy mala leche, ... y yo sé muy bien de quién se le ha pegado! Mi hermanito, ¡el caradura de tu hijo!, tiene..., si no toda, mucha culpa de esto, pero conmigo han dado en hueso los dos. Y si esa pedazo de pingo se cree que no sé yo por dónde va, ¡está fresca! ¡Se ponga tu Juanito como se ponga!... Mira, a lo mejor hasta tenemos suerte, y conseguimos que por fin cojan el portante los dos de una puñetera vez.

-¡Ay, hija, por Dios, no digas eso! ¿Dónde podrían irse a vivir los pobrecillos, estando tu hermano sin trabajo?

-¡Mamá, por favor! ¡Menuda novedad!

-¿Es que no te dan pena?

-¡Qué pena ni pena!- Se deshizo en aspavientos Manoli- Que se busquen una chabola a las afueras de Madrid, o que los recojan en Leganés, que allí siempre hay sitio.

Serían, a todo esto, las diez, diez y media de la mañana. Y Lola parecía no dar señales de vida, encerrada como estaba en la minúscula habitación que compartía con su novio. Y aún tardó lo suyo en hacer acto de presencia. Tuvo que olerse, y, naturalmente, captar la "onda pesquera de gran marejada" que aguardándola estaba en el comedor. De dónde sacaría el valor preciso para enfrentarse al careo vindicatorio que la estaba esperando fuera, no lo sabemos. Es muy probable que la achuchara la imperiosa necesidad de hacer aguas menores y el no avenirse -¡más le hubiera valido!- a recurrir a los ocasionales servicios del muy prudente dompedro, vulgo orinal. Por fin, en un supremo acto de valentonada "a la maña", la puerta de la alcoba se abrió cansinamente, sin que bisagra alguna dijera este chirridito es mío, y la figura de Lola, en chancletas y con un horrible batón floreado, algo despeinada y ojerosa, aunque más tiesa que un poste de luz y con todas las trazas (forzada interpretación) de quien acabase de llegar de las tierras de Babia, apareció entre las jambas, portando entre sus manos un neceser que apoyaba contra el pecho. Saludó con un apenas audible "buenos días", y se vio muy predispuesta a cruzar el Rubicón y entrar triunfalmente en el retrete, donde (mera suposición) poder engalanarse con los cuatro o cinco perendengues de lo que ella pudiera juzgar su victoria.

Como era de esperar, se interpuso Manoli, cortándole así el paso hacia el retrete.

-¿Se puede saber adónde vas tú?- Le espetó encendida su futura cuñada.
-Al "wáter".- Repuso la otra, haciendo acopio de toda la serenidad posible, bien que, interiormente, el estómago debiera andarle de lo más encogido, presintiendo la tempestad que se avecinaba.- ¿Te importa?- Se atrevió a añadir todavía Lola, consciente o no, "chi lo sa"?, de que su primera zancada condenatoria ya estaba dada.

-¡Claro que me importa! ¡Mira tú!- Exclamó muy bizantina Manoli- Pero te has equivocado, guapa.

-¿Ah, si?...
-¡¡Sí!!, porque no vas a ir al "wáter", sino derecha al lavadero a coger la escoba, el cubo y la bayeta, y te vas a poner a fregar como una loca todo el piso ahora mismo, y a dejárnoslo a mi madre y a mí como los chorros del oro. Y si no sabes barrer y fregar, ya estoy yo aquí para enseñarte. ¿Qué te parece la idea, rica?- Acabó con rostro airado, los brazos en jarra, Manoli.
La señora Luisa las observaba espantada, sin atreverse a intervenir, mientras Lola permanecía callada, tensa y arrogante, como cualquier heroína barata que se preciase, aunque luciendo bien a las claras el ornato traicionero de la más palmaria indecisión en cuanto a qué cartas jugar en aquella encerrona de repelo inminente.

-¿Qué?...- Se impacientaba Manoli, echando lumbre por los ojos.
-Pues, mira, maña.- Se disparó muy frescachona Lola, contra toda suposición- Si tantas ganas tienes de buscarme las cosquillas, entérate de que no pienso volver a barrer ni a fregar este asqueroso piso. Ya se lo dije a tu hermano. Que yo no tengo por qué quitarle mierda a los demás si no me apetece. ¡Tanta jota ya!

-¡Mierda la tendrás tú y el guarro de mi hermano debajo de vuestra cama!- Exclamó fuera de sí Manoli- Y a ti y al otro bien os gusta que os la limpien,... aunque sea la pobre de mi madre, que ya no puede ni con su alma, la que os friegue el cuartucho.

-Entérate de que yo nunca le he pedido a nadie que me limpie nada.- Se fue por los cerros de Úbeda Lola.

-¡No, si no hace falta que lo jures! Bien sabemos mi madre y yo la clase de puerca que tú eres... ¡Y anda que mi hermano, va listo también!

-¡A mí no me insultes!- Se puso como un pimiento morrón la aragonesa- Y si te quieres meter con tu hermano, !a mí plim!... Y ahora haz el favor de dejarme pasar.

-¡Ni lo pienses, rica!- Gesticuló muy hitleriana Manoli- Ya te he dicho lo que vas a hacer. Así que, tómatelo como te dé la gana, ¡pero hoy tú me limpias el piso de arriba abajo!

-¡Otra!... ¿No me digas, maña?- Puso cara de chunga la aragonesa- ¡Ay qué risa, tía Felisa!- Se carcajeó a continuación. Al fin y al cabo, ya puestos, que más daba. Recibir iba a recibir de todas maneras.

Manoli apuró la última cucharada de su perol de bilis:

-¡¡Ah!!, ¿pero te vas a reír, encima, so pendón?- Rugió colérica, perdiendo ya los estribos.

A todo ello, fracción de segundo al canto, se había quitado uno de los zapatos (que afortunadamente para Lola eran de tacón bajo), y tras sostenerlo con furia, cegada, como digo, por la turbulencia incontenible de su burlada reivindicación doméstica, exclamó furibunda:

-¡¡Mal cólico te dé!!
Y lanzando al aire la ya super abultada gaita de todos sus resoplidos, añadió con tremebunda inflexión Manoli:

-Pues, mira, joyita de mi hermano, ¡so chula!, si tantas ganas de reír tienes, ¡¡¡toma risa!!!
Y tras hacer gala del más escalofriante tino que imaginarse puedan en cuanto a "valorizaciones distanciadoras" de una testa a la otra, le arreó en la ídem, con todo su salero madrileño, un zapatazo de padre y muy señor mío a la novia de su hermano.

-Hija, por Dios!- Saltó la madre, intentando detenerle el brazo a su hija.
-¡Déjame, mamá!- Bramó Manoli, con el rostro demudado- ¡Que ésta nos friega el piso o la mato a zapatazos! ¡Que ya estoy muy harta del cachondeo que se trae con nosotras! ¡La muy señoritinga!

Lola, como es sencillo suponer, atrapada y medio lela, degustaba todavía la pompa ornamental de titilantes estrellitas y entrañables ¡pío píos! con que la apañaran los resultados de tan tremenda embestida (que ya fuera milagro el haber aguantado aquel primer asalto sin rodar por los suelos cuán larga era). No obstante, reaccionó en unos segundos, y sin decir esta boca es mía, intentó retroceder en busca del salvaguardador refugio de su habitación.

-¡No, tú no te vas!- La agarró Manoli, impidiéndole así su retirada hacia la protectora alcoba.

-¡Suéltame!- Trató de desasirse violentamente Lola, y el neceser que llevaba entre las manos acabó por tomar tierra con un sonoro ¡pataplaf! que habló de botellitas rotas- ¡Suéltame de una vez, que de ésta te vas a acordar!- Amenazó la zapateada víctima.

-¡La que se va a acordar eres tú!... ¿Nos vas a fregar el piso, sí o no?- Y tras la interpelación, enarbolaba Manoli el "juramentado" zapato.

-¡¡Que me sueltes ya, maña!! ¡Que ni tú ni nadie me va a obligar a mí a hacer lo que de allí no me sale... ay qué jota!

-¡Pues toma y toma jota si eso es lo que tanto te gusta!- Volvió a las andadas Manoli, zapatazo va y zapatazo viene.

Luego, fuera ya de sí, asida como la tenía, intentó obligarla a que se arrodillara, con intención, digo yo, de que, por lo menos, fregara las baldosas con la lengua que ya la tenía medio fuera de tanto jadear.

-¡Hija, no le pegues más, por Dios!- Se desgañitaba la señora Luisa- ¡Que la vas a matar!

-¡Nos lo va a fregar! ¡Nos lo va a fregar!- Repetía Manoli como un disco rayado, el bofe saliéndosele por la boca.

Un par o tres de veces, recabando el auspicio de sus últimos bemoles (¡¡Ah!! ¡¡Oh!), trató Lola de detener el mazo ejecutor que recabara su vindicativo tributo, bellacamente promovido, eso sí, por la desidia fregatriz del reo. ¡Tarumba debía estar ya la pobre Lola con tanto zapatazo! Pero el torvo fuego, fustigador de semejante berrinche justiciero, abrasaba con tan fiera pompa el arma agresora y a su campeona, que no hubo garra virulenta y contraria (la de Lola) capaz de holgarse en pelambrera ajena, ni brava uñarada convenientemente propinada con que empatar y dar fin al curso enfebrecido de aquel romancesco y pérfido sainete doméstico contundentemente dirigido por Manoli.

Lola apenas rezongaba ya, pues, con toda seguridad, andaría devanándose los sesos (magulladísimos ya tras aquella somanta de zapatazos) de tanto discurrir la manera de zafarse de las garras de su agresora. Y ni que decir tiene que el resquicio posibilitador de su escapatoria le vino al pelo tras la oportuna intervención de su futura suegra. Todo fue notar que la atenazadora mano de Manoli debilitaba el potencial ejercido sobre su brazo, y verla desaparecer en un decir ¡ay!, intervalo propulsionador de un liberador tirón, al amparo de su habitación, que se cuidó de cerrar con la misma prontitud que había presidido su huida.

Juan, una vez enterado de la ridícula trapatiesta organizada por la tozudez de ambas mujeres, se estuvo riendo toda la noche. La pareja, dos semanas después, para contento de Manoli y disgusto de su bondadosa madre, terminó haciendo mutis por el foro. Juan y Lola (que sabe Dios cómo irían tirando), emulando una frase de don Victor Hugo, tuvieron al parecer un final trágico: ¡acabaron casándose!