sábado, 11 de abril de 2009

El Eremita VII






Autor: Tassilon






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EL EREMITA VII




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Si amo tu idioma, vestidura cándida, que se interna en mi silencio por atajos y senderos íntimos, es porque de mi tiempo inmóvil fuiste categoría codiciada. Y porque abriendo rinconadas y ansiedades, penetraste en mi jardín de tránsito desviado, y falto ya de esa leve luz que generan otras armonías, así, como si se hallara escondido, dejaste mi ensueño rociado. Agua hacendosa de molino, palabra de lumbre, como fruta en rama, de ternura exaltada, porque en ti no existe la niebla que las evapora, ni la vacuidad que las horada.

Si busco en ti sabiduría, y no malicia de hombre, ¿no será porque apetezco de tus leyendas y tradiciones, heredad de mi conciencia estremecida, añagaza de cuento, hechizado hijo de rey, oculto júbilo de tu pureza distendida? Y porque arranco de la quietud de la tierra tu hora vieja de romance, y de tu eternidad de buhonero incansable, el mosaico sin vocablos de tu semblanza, símbolo exuberante de la quimera, y del que recibo la menos solitaria de las añoranzas.

Si quebranto todos los preceptos, fuente sellada y limpia, que duerme en tus subterráneos sacrosantos, es porque mi mansedumbre, como una alegría infantil de vida pequeñita, se abandona en ti, graciosa y leve. Prolongada en las veredas, y fija en el tiempo, como si ya fuese grande: de andadura, de ropa, y de aire, y conversar pudiera con el estruendo azul de tu lenguaje.

Si me erijo en piedra desnuda, grito caliente de mi silencio, entre tu blanca carne de magnolia, es porque sin ese ademán que jamás hiere, tierna y esmaltada modelación de tu silueta, criaría en mi camino un fungo de sangre, una necrópolis de acuático lecho perdido, en el que gocé, de amores desfallecido, a hurto de otros dioses, de aquel pagano ensueño; etimología sutil de tu esencia, de la que una vez fui único dueño.

Si despido un hedor de entrañas abiertas, cúbreme con tu tibia toca, enérgica piedad del exorcismo, porque he de guardar tu lírica en la delicia de mi oído. Y buscándote, como rey en cuádriga romana, he de trazar una soñada ruta de acueductos, desde la espadaña rubia de tu alcor hasta el párpado azul de tu celaje, capaz de acarrear hasta la alberca salomónica, ese atrio alegórico de tu virginal losa, el escalonado jazminero, umbrío y sereno, que forma el barroco ensalmo de mi prosa.

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