martes, 7 de octubre de 2008

La abuela








Autor:  Tassilon-Stavros







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 LA ABUELA


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... Su voz exaltada se secó, pero aún vibraron sus palabras, sintiéndose de nuevo dueña de aquellos dulces momentos pasados:

"... Cuando yo subía la cuesta, en el aire tierno y limpio de la tarde, mi pequeño venía a mí... No pensaba entonces en mi fatiga... Sus "manitas", al abrazarme, daban olor de florecillas frescas. Y era toda mi alegría... y el cansado pesar de mi cuerpo volaba como una golondrina, porque entonces estaba yo en lo gozoso de la vida..."

En la celosía recóndita, con su poyo de flores, hirvió la claridad repentinamente. Y lloró la abuela, tendiendo por segunda vez sus brazos al muchacho.

"Era como un árbol de fuerte, y su cabeza no reclinaba ni en lo hondo de la noche", gimoteó conmovida una voz.

En el desamparo de sus ojos, principio de su tristeza, se adivinaba la lisonja de su acendrado amor. En el apasionado brillo de aquella mirada, pureza de las resonancias y de los lugares que tanto amó, ahora devorada, con lentitud horrible, por su enfermedad, se desbordaba la memoria tierna de los episodios lejanos; la exaltación poseída de sus sueños, porque su pequeño llegaba de nuevo hasta ella, en la emoción anhelante del tiempo.

"No te fatigues, abuela"...

Y el joven moró ya por siempre en su mente como una luz en la lejanía, como si volviesen los recuerdos en un júbilo de recobrada salud: ¡ansia de delicias fueron para la pobre anciana aquellos pasos primerizos y renqueantes del nieto en el arrebato luminoso del corralón; y el acecho sonriente y protector de sus ojos entre el aroma de sus querencias y los besos de la brisa, porque, en la reconfortadora contemplación de su persona, le llegaba ahora, como un instante cenital, ese júbilo último, esa evocación siempre latente con que, en el postrer momento, nos recompensa la dulzura perdida de la vida!...