martes, 23 de septiembre de 2008

Marruecos VI



Autor: Tassilon-Stavros


*************************************************************************************
: LO INESPERADO -VI-
*************************************************************************************
-¡Venga habibis, listos para salir zumbando!- Apareció Farid con el tobillo vendado, calzado con las deportivas y precedido por Mónica- El matasanos me arregló la pezuña. ¡Nuevo! Cuatro ungüentos mágicos y a la calle.

-¿Estás seguro, Farid?- Inquirió Patonia preocupada (porque el joven se movía con paso vacilante), y como si ya no existiera para ella nadie más en el mundo.

El rostro de Andrés no expresaba ahora ninguna amenaza, pese a que se había quedado como el perro al que le ponen pantuflas. Y Mónica, que, en el fondo odiaba aquella familiaridad de Patonia con Farid, les lanzó una mirada poco alborozada. Más bien era la indignación la que empezaba a dibujársele en las comisuras de los labios.

Farid se apoyó en Andrés, y preguntó:

-Oye, amigo...

-Andrés.

Farid sonrió:

-Oye, Andrés, ¿dónde tienes el coche?

-A la entrada de la Medina, frente al Arco de... cómo hostias se llame.

-Del Arco de Bab Bou Jeloud- rió Farid.

-Pues ése, el Bab Bou Jeloud- Repitió Andrés.

-Mal sitio, camarada- Frunció el ceño a continuación Farid- ¿Es buen coche?

-Un Cherokee.

-¡Cojonudo!... Pero atiende, colega, porque el pasaje de llegada ha sido fácil, pero el de salida... ése va a resultar más peliagudo. ¡Cómo el Profeta no nos eche un cable! Estamos en Fez... que es lo mismo que decir que estamos en el infierno. Pero en un infierno árabe, ¡que es peor!

-Sólo son dos- Dijo Andrés sin fingimiento.

Farid, divertido, miró al joven Cruz, sin mostrar excesiva perplejidad:

-Los viste, ¿eh?... Espía y todo- Rió Farid, y observando alternativamente a sus dos amigas, inquirió balanceando el dedo índice :- ¿Por cuál de las dos? ¿Mónica o Pato?

-Oye, a mí esto no me divierte tanto como al parecer te divierte a ti. Así que ¡tú verás!- Dijo Andrés con tono amenazador, sin acabar de digerir toda aquella absurda carencia de preocupación por parte del joven magrebí.- Esto no es una película de ciencia ficción, aunque al parecer a ti sí te lo parece. Y no intentes recompensarme con novelitas rosas, que a mí me la traen al pairo- Añadió, lanzando una mirada furibunda a Patonia.

-No te mosquees, hombre, aunque no te entiendo un pijo, que decía un amigo mío murciano- Se rió de nuevo Farid, totalmente imperturbable.

Patonia parecía mostrar ahora cierto alivio. Andrés actuaba con tacto. Y Farid, una vez enterado, se hacía cargo de la situación con su acostumbrado humorismo.

-Casi te echan la puerta abajo- Dijo fríamente Andrés- Hiciste bien escapándote por la azotea.

-No son dos, colega- Aclaró Farid- Tú viste dos..., pero estamos en Marruecos: aquí dos acaban multiplicándose por cincuenta. Fez tiene mil ojos cuando se trata del narco. Aquí la coca aviva la visión, compañero. ¿Hace falta que siga?... La Medina, o sea, el zoco, es un sumidero. Y su enorme Arco de entrada..., el Bab Bou Jeloud, esa puerta de fantasías turísticas que tanto admiráis, ¡un ojo de camellos! ¡El ojo más grande de Fez!... Un ojo gigantesco que lo ve todo. No hay hijo del Profeta ni del “no profeta” que se le escape.

-Tú lograste escabullirte- Dijo Andrés.

Farid se detuvo un instante. Sus tres acompañantes hicieron lo mismo. Gesticuló como si con ello pudiera aplacar el dolor del pie. Luego volvió a sonreír conciliadoramente:

-¡Me salvé, sí!... ¡La suerte é questo, e questo, e questo!- Dijo Farid señalándose la cabeza, el corazón y las piernas-... e questo!- Lanzó una carcajada, situando su mano en la bragueta del tejano.

-Te has olvidado de los tornillos, ¡so gilipollas!- Farfulló Mónica- ¡Porque no tienes ni uno en su sitio!

-Va bene, va bene- Se dirigió a Mónica fingidamente sumiso- Lo que te decía, colega. Tentar la suerte una vez puede darte buen resultado, pero... ¡dos veces!... te la juegas de plano. Tú me entiendes, ¿no, Andrés? Ecco.

-Te entiendo- Dijo el joven Cruz- Te entendemos los tres... Lo que me gustaría saber es cómo hostias vamos a salir de este “embolao”.

-¡A ver, cerebrito!- Intervino de nuevo Mónica- ¡A ver cómo nos sacas de este maldito pueblo sin que nos rajen las tripas tus camellos!

-No hay más solución que el Cherokee del colega- Dijo Farid- Lo primero: ¡hay que comer, porque yo estoy que me caigo!- Se carcajeó a continuación.

-¡Si es que es un borde!- Protestó Mónica- ¡Quién piensa en comer ahora!

-¡El subidón!, ¿no?... Ésta ya está con el mono- Aseguró Farid solapadamente al joven Cruz.

-Farid, no te aguanto más... ¡te juro que no te aguanto más!- Lloriqueó Mónica con voz resentida.

-¡Déjala ya, tío,... joder!- Intervino Patonia- ¡Menuda paliza!

Farid se había apoyado de nuevo en el hombro de Andrés, probablemente maldiciendo mentalmente las histerias de Mónica.

-Está bien, pasamos de comer... Pero hay que llegar hasta el Arco, evitando sobre todo la Tala el-Kbira, ya sabéis, la vía principal del zoco, donde ya estuvimos los cuatro... La calle más larga del mundo, la más jodida y peligrosa, y de la que, os lo podéis creer, ¡nos escapamos de milagro! No sé cuál de vosotros tres le rezaría al Profeta, porque yo (se carcajeó Farid) no fui... Veinte minutos en la puerta mientras yo me despisto. Pato... ¡ahhh cómo me duele este puto pie, joder!, las naranjas me las das a mí... La explanada del Bab Bou Jeloud estará a reventar de automóviles. Y de cabrones con las peores intenciones también. No nos van a faltar ojos que nos atraviesen. Pasados los veinte minutos os metéis en el Cherokee... Tiras de marcha atrás, sin contemplaciones. Vas a llamar la atención, colega. Medio Fez te va a poner a parir, ... y los camellos, que no tardarán en olerse la treta, porque ésos, aunque no te conozcan, se lo huelen todo en un segundo, se te echarán encima a la menor ocasión. Pero tienes que ser más rápido que ellos, y conseguir retroceder hasta el final de la explanada lo antes posible. Justo allí, casi escondido, hay un callejón donde os estaré esperando. Y una vez dentro, ¡carretera y manta! De todas formas, te advierto, amigo, que para poder salir de Fez a todo meter se necesitan cojones. Espero que seas buen conductor, porque si no, por mucha imaginación que le pongamos a tu Cherokee, ¡se nos van a poner por corbata a los cuatro!, porque a estas dos habibis también las meto en el lote.

-¿Y la ruta?- Se impacientó Andrés.

-Oye, colega.- Le echó Farid el brazo por los hombros con gesto amistoso y confidencial al joven Cruz- Conozco una carretera secundaria, prácticamente desconocida, y ya te puedes figurar por qué,... su alquitranado es más viejo que todo esto, y tiene más socavones que la luna, ¡una pura mierda!, pero que, por suerte para nosotros, y como por descuido, hoy todavía se pierde por entre las montañas de desperdicios que se amontonan no muy lejos de Fez. Lo único que tenemos que hacer es taparnos la nariz con los dedos- Rió Farid- Si logramos meternos por allí con tu Cherokee, te aseguro que ya nos pueden andar buscando... No la conoce ni el Profeta. A pocos kilómetros hay un pequeño wadi, un riachuelo, con poca agua casi siempre. Para el Cherokee, pan comido. Y desde allí...

-Oye, tío, ¿no pretenderás meternos en las dunas de Merzouga, porque eso está a más de quinientos kilómetros de aquí?- Exclamó Andrés, dando a su voz un tono más exagerado dadas las circunstancias- ¡Conmigo no cuentes para esa aventura, joder!

-No te pongas nervioso, compañero- Dijo alegremente Farid, entre carcajadas- Te estoy hablando de un wadi reseco, de dos o tres barrancos, y finalmente, de bosques, huertos y frutales. Conozco un pueblecito: El Kelaa. Allí tengo amigos. Nos acogerán bien. Y dentro de tres o cuatro días ¡pie curado y nos largamos a Marrakesh!

-¿Y una vez en Marrakesh?- Se mostró sardónico y dubitativo Andrés.

-Pues, eso, turismo, amigo- Garantizó Farid- ¿A qué has venido a Marruecos si no? La película ya te la hemos montado nosotros- Rió- Tú verás si la continuas o no... Ésta –observando a Mónica- ya tiene lo que había venido a buscar... En cuanto a Pato, yo creo que eso del turismo también le va en cantidad... Hasta podría acompañarte.

Patonia observó a Farid con cierto resentimiento, oliéndose que lo que el muy charrán pretendía era poner tierra de por medio entre ambos lo antes posible. Y mirándole ahora retadoramente, exclamó indignada:

-Tú das por sentadas muchas cosas y te gusta mucho organizarle sus juergas a la gente. ¡Mejor te callas, so mamón! Estarás mucho más guapo, aunque te seguirás ganando más de un sopapo. ¡No te jode!

-Tú te vuelves a Madrid conmigo, rico. Y de turismo ¡nada!- Intervino Mónica con su acostumbrada brusquedad dirigiéndose a Farid, que movió la cabeza asintiendo irónicamente, y dejando en el aire una atractiva sonrisa de misterio mientras le guiñaba un ojo a Andrés- Pato que haga lo que quiera. ¡Allá ella!... El dinero es mío, o, mejor dicho, por si se te ha olvidado, de mi padre, que no tiene ni la más remota idea de por qué se lo pedí ni en qué íbamos a emplearlo.

-¡Joder, tía, otra vez con el puto dinero! ¡Ni que fuera el Gordo de Navidad!- Se encolerizó Patonia.

-No te preocupes- Siguió soliviantada Mónica- Una parte es tuya. No pienso quedármela. Te la regalo, que por algo eres la querindonga de mi padre, y por eso estás aquí...

-¡Eres una hija de puta!- Desbarró Patonia, tirándole la redecilla de naranjas a la cara.

-¡No sé quién es más borde de las dos!- Recogió las naranjas Mónica, esquivando el envite enfurecido de su amiga..

Farid se limitó a sonreír, mientras Andrés, sudando como un condenado, sentía arder su cuerpo bajo las ropas veraniegas. No obstante, notó la frente helada. No daba crédito a las palabras de Mónica, aunque se conocía al dedillo cómo se pintan los cuadros de la seducción, y cómo se desgajan las sombras del misterio frente a los despertares corruptos que promueven las aventuras amorosas. Que no detectase en Farid, como buen rufián que era, el menor síntoma de asombro, resultaba totalmente comprensible. Y en cuanto a él, soldado siempre atrincherado contra cualquier ataque de romanticismo, pese a lo acontecido en casa del curandero, puerta alguna debía descerrajar en lo que a resentimientos se refería, y aún menos contra aquella perfecta desconocida, algo descerebrada, que era Patonia, en la que se reconstruía tan sólo lo que él, acérrimo individualista, consideraba perennes e incomprensibles caprichos femeninos, de motivaciones por lo general un tanto oscuras. Y en cuya esencia (como sucediera ahora con aquellas dos jóvenes) sus sentimientos personales ni entraban ni salían. No pudo, sin embargo, evitar cierto malestar, y observó retadoramente a Patonia, que le lanzó también una ojeada tensa y desafiante. Un duelo de miradas que únicamente se resumían en un estallido provocador que partiera silencioso desde el clarificador pensamiento de la muchacha: “¡A ti que te importa, tío, lo que yo haga con mi vida!”

-¡Trae las naranjas... que eres un bulto, joder!- Apartó de su ensimismamiento a Andrés la voz de Farid, que, más molesto y menos jocoso, volvió a entregar la redecilla de fruta a Patonia- Menudo par de histéricas. Con lo bien que estaríais calladitas las dos... Más valdría que os preocupaseis de cómo vamos a volar con la farlopa hasta Madrid. ¿Os creéis que va a resultar tan fácil? En la aduana los olores también van que vuelan. Allí todo dios mete mano... Pienso si no sería mejor facturaros a las dos solitas y perderos de vista de una vez- Y dirigiéndose a Andrés, dijo un tanto exasperado ahora- Son como dos niñitas malcriadas, pero viperinas... dos auténticas gilipollas, que no han crecido más de medio metro, y que todavía no saben a qué están jugando. A veces, amigo, maldigo el día en que las conocí en Madrid. En especial a la yonqui esta, que es más cabrona que un cocodrilo– Observó Farid retadoramente a Mónica- y al hijo puta de su padre, que me dio trabajo.

-¡Farid, no me hagas esto!- Pareció perder los estribos Mónica- ¡No me trates así!... No me insultes, so cabrón!... ¡La culpa de todo la tiene la puta esta!- Señaló a Patonia.

-¡Muérete, tía!- Desbarró Patonia, alejándose con gran rapidez de sus compañeros, calle abajo.

-Ecco!- Exclamó Farid, mirando a Andrés- Pero ¿tú las estás oyendo, amigo?... Aquí,... ¡y eso va también para ti (gritando a Patonia), so chalada, aunque te hagas la longuis!, ¡sí, vete, vete!... el que está hasta los huevos soy yo, jugándome el tipo por una yonqui como tú (a Mónica)! Y el dinero,... ¡te vas a joder, tía, porque ése no lo vuelves a ver! ¡Me lo he ganado, y bien ganado, y pienso hacer con él lo que me salga de los cojones! Y a tu papi que le den mucho por el culo, porque yo no vuelvo a la Empresa. Trabajos como el que él me dio los encuentro yo en Madrid cuando me dé la gana... Y si te has creído que os voy a seguir aguantando cuando vuelva a tus Madriles, ¡vas dada, habibi! No te hagas tantas ilusiones,... que bastante me habéis jodido ya.

Mónica, resentida por las palabras de Farid, sollozaba como febril desengañada que se arrastrara tras una despedida. Como atrapada con horror en un frío mar de decepción, despecho y rencor hacia todos los falsos amantes que recorren este endiablado mundo.

-Oye, Farid, a mi todo este show que estáis montando me está empezando a cargar- Dijo Andrés, que, empapado en sudor, y un tanto frenético, volvía a su anarquismo individualista, liberándose de la torva asechanza que, furtivamente, moviéndose como una araña bajo una absurda e inevitable fascinación sexual por Patonia, hubiese avivado en él cierta curiosidad celosa que ahora juzgaba disparatada- Yo lo que quiero es salir de Fez... cómo sea... ¡pero ya! Aunque haya que jugarse el tipo, porque si me pongo a reflexionar y sigo preguntándome cómo hostias se me ha ocurrido meterme en este berenjenal, lo más probable es que se me crucen los cables, y que el primero en salir corriendo de este jodido laberinto sea yo.

-Ecco, amigo Andrés, no te nos mosquees ahora precisamente- Sonrió Farid leyendo en los ojos del joven Cruz un brillo amenazador que podría dejar definitivamente archivada la desinteresada e importante ayuda que podía prestarles- ¡Oye, Pato!- Exclamó acto seguido, viendo que la joven se había alejado considerablemente- ¡Déjate de gilipolleces, que no estás en Madrid... Y tú (a Mónica) deja ya de lloriquear. ¡Menudo par de locas!... Tienes razón, amigo Andrés,... aquí lo que hay es mucha mollera dura. ¡Venga, habibis!, a ver si espabiláis,... que hay que salir de Fez como sea.

Toda la rebeldía de Patonia se vino abajo en un instante. Aquel cambalache de emociones se embarullaba de nuevo, tomando un aspecto triste y enlutado. En un rincón de la calleja semi a oscuras quedaba ahora como estrangulada la memoria alegre y despreocupada de la muchacha. Patonia quedó vencida, pasando de una carismática desinhibición violenta e irreflexiva a una palidez preocupada y sintomática. Había empezado a vomitar. Su jovial perfil se desplazaba en aquel instante hacia un terreno vago. Nada más desgraciado que una belleza femenina que, como apestada, mostrara ahora en el palco de su jerarquía juvenil su gracia menos atractiva.

Andrés había corrido hacia ella.

-¿Qué te pasa?- Inquirió con sorna.

Patonia no contestó. De su boca chorreaba una especie de babilla amarillenta, que Andrés limpió de inmediato con su pañuelo. Las arcadas persistían.

-Pero, tía, ¿qué hostias te pasa?- Se inquietó de nuevo el joven Cruz.

Mónica y Farid, que cojeaba todavía visiblemente dolorido, se habían llegado hasta ambos. La de Farid, observando a Patonia, fue una de esas miradas puramente rutinarias, sin ni siquiera tener motivos para sospechar algo distinto de lo que en aquellos momentos le pasaba por la mente. Era absolutamente lógico que así fuese.

-No le pasa nada, amigo Andrés. Pato está... ya sabes (hizo Farid un significativo gesto sobre el buche)... Eso...

Andrés, sin dar crédito a sus oídos, observó un instante a Patonia, reprobándola con una mirada feroz. Luego, volviéndose de nuevo a Farid, le interrogó con los ojos como si dudara de lo que había creído entender.

-Sí, tío... No me mires así. Nuestra querida habibi está embarazada- Aclaró Farid sin tapujos.

-Pero ¿qué dices, so bestia?- Farfulló Mónica perpleja, asestándole a Farid un pequeño puñetazo en el brazo.

-¡Que está preñada, joder!-

-¡Y esta imbécil!...- Se quedó mascullando Mónica, mientras observada detenidamente a Patonia, como si las palabras de Farid le hubieran trastornado el seso por completo.