miércoles, 24 de septiembre de 2008

Marruecos V



Autor: Tassilon-Stavros


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: LA MARAÑA -V-
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Tras la mundaneidad triunfante de Fez y la excitación de la huida, se abría un factor extra: el misticismo, la soledad y la severa belleza silenciosa de sus innumerables calles que parecen hurgar en un paisaje donde, por momentos, son pocas las cosas vivas que se encuentran. Sus historias maravillosas se alimentan en la emoción arcaica de su mito, que se incorpora al único núcleo natural y legendario de la espectacular ciudad, que es su zoco: un inmenso oasis, un majestuoso Valhalla que, hoy, se siente capaz de confrontar los pensamientos exacerbados de un mimado materialismo, abiertos a nuevas formas de vida, con la mística meditación que aún invade y habita en la prehistoria del alma.

Farid era el único capaz de hurgonear por aquel extraño desierto de costanas y callejuelas cercadas por pequeñas líneas divisorias, que a veces semejaban desmoronarse unas encima de otras, y que siempre parecían dormitar al aire libre, ora de día, ora entrada la noche, invadidas por aquel cielo profundamente azul, que no tardaría en verse punteado por miles de centelleantes estrellas. Se encontraron con más mujeres que hombres. Llevaban pañuelos negros en la cabeza, los rostros cubiertos; muchas de ellas, las más jóvenes, con collares de amuletos alrededor de sus cuellos celosamente cubiertos, y vestidos de colores.

-¡Ojalá podamos salir de este laberinto sin tropezarnos con los camellos que os andan buscando!- Exclamó Andrés con voz grave, mientras ayudaba a Farid.

-Amigo, ¿tú crees que estoy listo para irme... con este pie?- Repuso Farid sonriendo.

-Estábamos listos. ¡Para qué coño sirve el coche si no!- Insistió Andrés.

Farid le miraba con curiosidad, pero sin perder la calma. Se detuvieron un instante. Tras ellos, Mónica y Patonia, a la expectativa, no perdían detalle de las callejuelas por las que transitaban. Farid se apoyó contra una pared, zafándose del brazo de Andrés.

-No vale la pena que esperes si no quieres- Dijo.

-¡Oh, muy bien, tío!...

-¡No!- Protestó Patonia- ¡Tú no estás en tus cabales, Farid!

-Pero ¿por qué no les pagaste?- Intervino Mónica, encolerizada- ¿Para qué estaba el dinero si no?... Birlar la mercancía, ¡so pedazo de loco!... Ésos son capaces de arrancarnos la cabeza a los tres.

A Farid no se le ocurrió nada que decir; ninguna broma de las que, al parecer, tanto le gustaba echar mano para despistar o encubrir su inquietud.

-Tienes lo que querías ¿no?- El agraciado joven sonrió a Mónica, luego echó una mirada a su pie, completamente inflamado. Se apretó los tobillos- ¡Joder, cómo duele!- Y soltó una carcajada.

-Pero, ¡mira que eres borde!- Exclamó Mónica- ¿Te importaría decírmelo de una vez?...

Farid, tambaleándose a la pata coja, parecía fingir que meditaba cuidadosamente la respuesta. Andrés permaneció callado, y Patonia mostraba un rostro impasible, como si no tuviera ningún comentario que hacer, pero atenta a cada palabra, y sin dejar de observar alternativamente a sus tres compañeros.

-¿El dinero?- Dijo entonces Farid, con su modo de hablar burlón, tan espontáneo como otras veces insincero- Me lo he quedado en préstamo.

-¿En préstamo?- Le observó indignada, con ojos inquisitivos, Mónica.

Y estudiando atentamente la mirada que le dirigió Patonia, muy distinta de la de Mónica, que se mostró más y más airada, Farid echó el cuerpo hacia delante, tratando de apoyar el pie en tierra.

-¡Vamos!...

Andrés sonrió. Luego su sonrisa cobró cierto matiz de indiferencia. Todo aquello resultaba tan grotesco, tan disparatado, que era como flotar en esa hora perezosa que precede al aburrimiento y acaba dándole la espalda al mundo.

-Vamos, ¿adónde?- Se impacientó Mónica, que aún trataba de poner en orden sus ideas sobre todo cuanto sucedía- No ves que no puedes dar ni un paso, ¡pedazo de carcamal!

-Oye, amigo- Intervino de nuevo Andrés, dirigiéndose a Farid- No dudo de que te conoces Fez al dedillo, pero somos nosotros los que estamos intentando largarnos de aquí. Tú sabes que están tratando de echarte el guante... Sé muy bien de qué va el tema de las naranjitas huecas. Y creo que no es más que pura casualidad que tus camellos no hayan dado todavía con nosotros. Toda esta procesión es como darle una tregua desatinada al tiempo para que, finalmente, acaben por trincarnos con más facilidad.

-Ecco- Rió Farid- Pero, créeme, colega, no es tan fácil dar con la gente en este laberinto. Tengo tanto interés como vosotros en largarme de aquí. Pero primero está mi pie. ¿Va bene?... Allora, andiamo.

-Pero, Farid, ¿no ves que está anocheciendo?- Insistió Mónica- ¿Dónde está ese medicucho amigo tuyo? ¿Tanto te duele que no podamos llegar al coche?

Farid lanzó un gruñido:

-N’est-ce pas trés agréable, tía!

-¡Oye, Farid, no te lo aguanto!- Lo sostuvo furiosamente Mónica por la axila- A mí háblame en cristiano,... ¡italiano! ¡francés!... ¡Venga ya, so payaso! ¿Tú es que nunca te vas a poner los tornillos en su sitio?

A Farid volvió a acometerle un ataque de risa:

-Es mi pie el que ahora necesita un buen tornillo, ... ¿o se dice torniquete?

-¡Eres imposible!- Se lamentó Mónica- Todo te lo tomas a chunga. Y así nos va.

El atractivo de Farid podía con todo. Era la suya una especie de eterna expresión triunfante.

-Va bene...¡¡¡”Come faremo... come faremo...per fare l’amore”!!!...- Se puso a cantar flemáticamente, mientras Patonia rompía también a reír con estrépito, sin poderse controlar, enarbolando las naranjas, y Andrés, que había lanzado un suspiro involuntario: “Me cuesta creer en lo que me he metido” (se repitió un par de veces para su capote), sin dejar de asumir ahora una expresión vagamente ansiosa, volvía, casi celebrando el sentido del humor demostrado por Farid, a mostrarse dispuesto a colaborar en aquella huida de chiste.

-¿Pero qué, so borde?- Se revolvió Mónica contra Patonia- ¿También tú le vas a seguir el juego a éste?

-¡Ah, no, no, ... no!- Protestó cómicamente Patonia, sin dejar de reírse.

-¡Vaya par de “zumbaos”!- Siguió Mónica, acomodándose al paso doloroso de Farid- Pero, no te hagas ilusiones, rico, porque el dinero tú a mí me lo devuelves. ¡Qué te has creído!

-¡Venga ya, tía!- Exclamó Farid, ahora con expresión fría y adusta- Que te va a dar el subidón.

La noche se les había echado encima. Pasaron por un pequeño arco agareno, de estilo lobulado, tras el cual, a mano izquierda, casi oculta, se hallaba entreabierta una portezuela que daba a un impluvio o almizcate marroquí. Penetraron en él. Farid habló en árabe a una anciana que había asomado la cabeza por una especie de celosía repleta de flores. El patio, que se hallaba casi a oscuras, se iluminó de pronto con un par de bombillas ocultas tras las arcadas que acordonaban el almizcate. La anciana les indicó que entraran por una cancela que daba al interior de la antigua casa, que conservaba esa vieja pureza adocenada, mística y desfalleciente que despiden los aromas ocultos, los efluvios a redomas y a drogas; a ciertas mieles de pueblo que agudizan el adormecimiento, y que parecen guardadas en jeringas llenas, como medicinas en farmacias escondidas que esperan al visitante misterioso entre una complacencia de soledad y silencio. Sonriente, apareció un anciano curandero.

-Es un matasanos, más viejo que mi tatarabuelo- Dijo burlonamente Farid a sus compañeros- O me deja sin pie o me cura- Se rió a continuación, mientras hablaba ahora con el anciano saludador marroquí.

-Déjate de chistes, Farid, que no está el horno...- Repuso Mónica, mientras el joven pegaba un grito y lanzaba algún reniego en árabe.

El curandero trataba de recomponerle el pie, luego habló con Farid y la anciana.

-Dice que no está roto, algo astillado- Se quejó todavía Farid- Pero el muy cabronazo casi me mata.

Unos minutos después, apareció la anciana con una palangana llena de agua caliente y de un ligero tinte amarronado. Tras mantener el pie de Farid sumergido, aguardaron.

Patonia y Andrés salieron al patio. Era un entorno excitante, bochornoso. El primitivo almizcate poseía la severa belleza, deslumbrantemente ilustrada por la noche y el límpido cielo estrellado de Fez, de los simbolismos costumbristas, de las excitaciones secretas de lo no perecedero, y de las opulencias románticas que se copian, como una fiesta eterna, en las sonrisas de las flores, que siempre parecen poseer ese tesoro instantáneo capaz de conectarse con los ensueños, con lo infinito.

-¿Qué piensas hacer? ¿Vas a seguir con ese par de chiflados, metida en el bollo hasta el cuello?- Preguntó de pronto Andrés, frunciendo el ceño, porque Patonia le había observado con una expresión distinta, como si sintiera una súbita sensación de miedo.

La muchacha se sentó en el hueco de una de las arcadas lobuladas del patio. Y miró al joven Cruz fijamente.

-Me alegra mucho haberte visto otra vez,... pero ya ves que yo también estoy lista para irme.

El cuerpo de Andrés se tensó, tomó del brazo a Patonia y la levantó de golpe.

-¡Eh, tío! ¿Qué pretendes, arrancarme el brazo?

-Quizá. No estoy seguro- Dijo Andrés con tono amenazador- Por lo que veo, tú sigues, erre que erre... Aparte de la farlopa, ¡no sé qué líos te traes con tu amiguito árabe!... Te vi, ¿sabes?, en el zoco... ¡Sí, no pongas esa cara de mosquita muerta! El primer día, cuando Mónica y Farid se largaron después de achucharse y besuquearse como dos “turistas accidentales” (ironizó Andrés) en medio del mercado, y tú apareciste como una zorra después de cometer la fechoría en... ¡yo que sé!, ¡en el puto gallinero!

-¿Qué me viste?- Repitió sorprendida Patonia- ¡Oye, qué pasa contigo! Te dedicas al espionaje... El primer día, ... y luego apareces también el segundo.

-¡Podrías agradecérmelo por lo menos, joder!- Exclamó Andrés con tono concluyente- Porque si no llego a estar yo allí, os muelen a hostias a los tres. Por aquí no se andan con chiquitas. Ya te dije que os la estáis jugando desde que pusisteis el pie en Marruecos. Y todavía no sé si vamos a poder salir de Fez sin tropiezos... Tú es que parece que no te quieres enterar, chica
 
-Chica o tía, que más da... – Restó importancia Andrés con el mismo nerviosismo.
          
-Sí, pero a ti no te gusta que... –Iba a insistir Patonia 
 
-Mira, dejemos ahora ese el cachondeo de los apelativos... Y haz el favor de escucharme, antes de que pierda el hilo de lo que quería decirte...

 -Bueno...

 -¡Bueno, bueno!... es todo lo que se te ocurre...? Lo que trato de hacerte entender, cabeza de chorlito, es que yo también me la estoy jugando. Y lo más jodido es que aún no sé por qué. Y aquí nos tienes como tres gilipollas, detrás de ese pájaro de cuenta que es tu amiguito Farid, metidos en un “fregao” de la hostia. ¿Qué pasa? ¿Eres masoca o qué? ¿Tanto te apetece que te despellejen viva?...¡Estáis los tres para que os aten, coño! Y a mí ya me estáis tocando... lo que no me suena... ¡Los gayumbos, joder! (Pausa reflexiva de Andrés) ¡Y pensar que me vine a Marruecos para embriagarme yo solito, que es como mejor se está, de cuanto hasta aquí me ha traído!

-Oye, Andrés, lo siento, créeme- Pareció sentirse algo pesarosa Patonia.-Mira, creo que tienes toda la razón. Y yo ahora casi me siento culpable de haberte metido en toda esta maraña. De veras.Y, como tú no sé cómo lo vamos a solucionar

    Andrés, mirándola de hito en hito, sintió el impulso de abofetearla, pero de pronto la joven, como si presintiese el peligro por primera vez, exclamó:

          -Pero ¿no nos irás a dar el plantón ahora? ¡Sería un palo!


Lo que vio Andrés en los ojos de Patonia fue un reluciente espejo con el más negro de los marcos: un brindis ridículo al placer de la fidelidad, a la absurda abnegación, atravesada por el miedo, que las mujeres parecen sentir siempre por el tipo que las chulea.

-¿Qué va pasar cuando tu amiga Mónica se entere de que se la estás pegando con Farid? Porque esa yonqui está tan colada por él como a lo mejor lo estás tú. ¿Me equivoco?... Menuda paja mental la que os habéis montado los tres. Vuestra situación es de auténtico recochineo- Andrés la retuvo más y más airado- ¡A ver, chica lista, decídete de una puta vez a aclararme qué tipo de suicidio sexual es el vuestro porque yo ya estoy hecho la picha un lío! ¿Y escapatoria? Me parece a mí que esto va a ser el  “si te vi no me acuerdo”... Yo, ¿que quieres? No la veo por ninguna parte...
 
Patonia no contestó. Se zafó de Andrés bruscamente, y quedó enmascarada por aquella especie de sombra soterrada con que rehuían las pequeñas luces de las bombillas algunas de las arcadas del patio. Había aparecido la anciana con dos tés mentolados para ofrecérselos a ambos jóvenes. Los dejó sobre una de esas típicas mesitas árabes, realzada por un rojo mosaico artesanal, que se hallaba junto a ellos, y desapareció de nuevo.

Se encendieron de golpe unas cuantas luces más en el patio. Junto a ellos un espino en flor desplegaba su penacho rosado; enormes macizos de pesadas lilas recorrían el almizcate.