sábado, 20 de septiembre de 2008

Marruecos IX



Autor: Tassilon



*************************************************************************************

: PERIPECIAS -IX-

*************************************************************************************

En medio de su creciente indignación, Andrés fue trazando en su mente una especie de estadística aventurero-novelística relativa a su viaje, que después de parecerle estúpida, casi frustrante, empezó a ganar prestigio, pese a ser poco digna de espíritus serios e instruidos como el suyo, y que acabó, en un arranque de franqueza mental hacia sí mismo, casi por encantarle. No sabía qué demonios le pasaba. Exhaló algún que otro suspiro. Él mismo se encontraba cambiado. Recordó algo que había leído alguna vez mientras lanzaba una rápida ojeada a sus absurdos acompañantes, y es que la comedia de la vida, por tratar siempre de eludir el énfasis más discursivo de la tragedia, acaba por convertirse en prestigiosa escuela de los más intrigantes, chistosos y atractivamente turbadores matices de lo inesperado. Miró por la ventanilla el paisaje. Tenía completamente humedecidas las palmas de las manos mientras sujetaba con toda fuerza el volante del Cherokee. Tragó saliva varias veces. Y volvió a sentir la influencia morbosa de aquella huida descabellada, que, en el fondo, le excitaba de manera indecible; bien que jamás, por mucho que se lo hubiesen jurado, se habría imaginado a sí mismo concediendo el más “abusivo” de los favores a aquellos tres granujas, y mucho menos acabar haciéndose partícipe de sus asuntos íntimos, y ofrecerles un hueco salvador que los cobijara, pese a ser cueva tenebrosa, de sus un tanto pueriles zozobras.


La lisonja de Farid, hábilmente fingida, clara neurosis de un carácter permanentemente infantil, casi incontrolable, y que era como la más amenazadoras de sus exteriorizadas particularidades en aquel trato de apasionada atracción que hacia él, mutuamente, parecían sentir Patonia y Mónica (generada, dado su atractivo, como perturbador clamor de la carne), era la única que había actuado hasta entonces como beneficio complementario. Farid, al parecer, siempre se había ejercitado en sacar el mayor partido posible de semejante circunstancia. Pero, una vez frente a Andrés, sus defectos eran más evidentes. Tanto en los actos llevados a cabo en Fez, como en el impulso tan decidido como terco de aquella escapada, Farid seguía su propio camino, sin dejar de pudrirse en el egoísmo, pero imaginando cierta complacencia con el trato de otras gentes. Continuaba ejerciendo como laborioso ingeniero de sus encantos. Pero ahora, una vez recuperado cierto equilibrio por Andrés, la autoridad ejercida por el joven marroquí no tendría más remedio que sucumbir, si se la discutía, como habría de discutírsela él. No en vano, reflexionó el joven Cruz, toda aquella impaciencia irracional era sinónimo de vulnerabilidad. Su aire malicioso, su ceguera, y sus falsas indignaciones siempre apoltronadas en un postrer e irritante optimismo conciliador, tenían cierto elemento de locura. Para Andrés no eran más que las máximas perversas con que siempre tratan de deslumbrar los pillos. Hinchar lo chato y describir tonterías una tras otra. Los razonamientos de Farid resultaban intolerables. Le faltaban los medios y le sobraba la mala voluntad. Era el típico monstruíto digno de sí mismo, y para el joven Cruz, por ser maniático y culto, Farid aparecía únicamente como el farsante que siempre regresaba victorioso de todas las batallas más absurdas de la existencia. En cierto modo le sacaba de sus casillas la conjunción intolerable de sus deshelados polos de conducta que, creyendo merecer afecto, recorrían, pese a todo, la fealdad del mundo, mientras se creía restaurador del clima a través de una emisión prolífica de flujos armónicos capaces de apartar de sí aquel otro mundo reventado de miserias, permitiéndole reírse de prohibiciones y seguir su camino con la mirada en un cielo de esperanzas, y en el que, según él, no importaban los peligros más patentes.

El traqueteo del coche resultaba insoportable. El Cherokee machacaba la vieja mezcla de grava y alquitrán que formaba la antiquísima carretera, que, ensanchada y reblandecida en verano, se volvía a endurecer en invierno, y su superficie parecía gritar que no aceptaba más machaqueo, sintiéndose incapaz de soportar por mucho más tiempo el castigo de una circulación, por fortuna, poco frecuente. Tan añeja vía, sin la menor iluminación, que parecía haber durado tanto como las añosas calzadas romanas, se agrietaba, pues, constantemente. Por allí no existía ya ni el menor vestigio de alguna Junta de Conservación de caminos y carreteras que se hubiese encargado, por lo menos una vez al año, de rellenar de alquitrán las fisuras, que durante la época de lluvias se deshacían inundadas también por el agua. Luego las malas hierbas crecían por entre la grava resquebrajada. Los baches eran tan pronunciados, que el Cherokee no paraba de saltar en la oscuridad de la noche, y a veces parecía que había de salir disparado hacia alguna de las enormes fallas que se abrían a los lados y acabar internándose por entre los tenebrosos campos marroquíes sin vallar, que tan sólo recibían ahora la benigna mirada de sus cielos estrellados.

El corazón de Andrés latía en tales instantes con violencia. Notó una sequedad en su boca que empezó a resultarle de lo más insoportable. El aire acondicionado había dejado de funcionar, probablemente a consecuencia de la embestida con el reforzado vallado de cañas que se había llevado por delante, o por el consiguiente traqueteo a que se había hallado expuesto, entre ellos un enorme tropezón con una especie de artesa de piedra, que había abollado una de las partes delanteras del Cherokee. Por consiguiente, el calor en el interior del vehículo, pese a que las ventanillas se hallaban abiertas, resultaba insufrible, escoltado por la brisa ardiente que cabalgaba como un potro negro junto a ellos haciendo cabriolas sobre los campos adyacentes a Fez. Veía el joven Cruz su doble imagen apenas reflejada frente al enorme parabrisas como si se tratara de un espectro extraviado en la noche. Y junto a él, sobre el fondo engañosamente cóncavo del cristal, anexo a su mismo círculo de visión, aparecía otra imagen fantasmal: ambas visiones, la suya y la del moscón de Farid, sentado a su lado, semejaban ahora reducirse a una en la insoportable penumbra que parecía rodar con ellos trabajosamente por aquella carretera perdida. Andrés movió su cabeza con sigilo, temeroso de perder el control del vehículo frente a cualquier bache inesperado, mientras el paisaje, apenas vislumbrado, parecía girar frente a ellos demencialmente, y sobre el cual tan sólo el cielo desparramaba su contenido estelífero. Farid se bamboleaba adormilado. El joven Cruz le lanzó una mirada indignada.

-“¡Y este gilipollas, ahora se me duerme!”- Exclamó para sí. Y casi con desespero, tras pegarle un enfurecido codazo, se expresó así:- ¡Oye, tío, no te duermas ahora, joder,... que me voy a cagar en todo! Tú...- No pudo acabar la frase Andrés, porque las ruedas delanteras del Cherokee tocaron el borde de una tremenda oquedad, haciendo saltar el vehículo, que, de pronto, tras estremecerse con gran violencia, pareció resbalar hacia una especie de pozo surgido como una alucinación en medio de la carretera- ¡¡La hostia puta, ... una y mil veces!!- Bramó Andrés, frenando en seco, antes de caer de lleno en la trampa que la oscuridad ocultaba. Había, en efecto, un hoyo enorme en la carretera, cuya profundidad, ennegrecida por la noche, no se podía adivinar.

-¡¡Qué pasa, joder!!- Vociferó Farid, despertando de golpe, mientras Patonia lanzaba un grito y Mónica se mantenía como atontada en estado de postración, sin, al parecer, enterarse de nada.

Andrés, antes de lanzar un nuevo exabrupto, dio marcha atrás, retrocediendo un par de metros.

-¡Qué qué pasa, me cago en todas las hostias!...- Desbarró el joven Cruz- ¡Que nos vamos a matar, eso es lo que pasa, so capullo!... Pero tú ¿dónde coño nos has metido?... Y, encima, para más inri, te duermes. Y...

-¡Tranqui, colega! Para el carro y no te embales- Se volvió Farid hacia Andrés con la palma de la mano abierta como si se aprestase a detener un pequeño alud.

-¡El carro ya está parado, so listorro!... Y aquí se acaba definitivamente esta carrera de locos hacia donde coño sea, porque yo por aquí no sigo hasta que amanezca. No nos vamos a matar en esta oscuridad porque a ti te salga de los cojones. ¿Es que no te das cuenta, tío? ¡No sé ve una puta mierda! Esta es la carretera de la nada, joder... Que, además de invisible, está hecha cisco, y yo,... qué no sé dónde coño estoy ni adónde voy, ... y ni por qué me he metido en este “fregao” ... me siento como “Lawrence de Arabia” atravesando el Nefud. ¡A la deriva, así es como vamos!... ¡Y es que soy un gilipollas! No sé por qué demonios me he dejado enredar por un majadero como tú. Ahora, que te lo advierto, como esta escapadita de pesadilla continúe así, y tú esperes que yo me transforme en Omar Sharif (mirada dubitativa de Farid), ¡vas “dao”, tío! Porque como se me ponga en el forro de los cojones, yo me vuelvo para Fez, ... ¡pero esta vez solo!... Y vosotros podéis seguir en camello si hace falta. ¡A mí, vuestra compañía,... bueno, si a esto se le puede llamar compañía, porque esas dos parecen dos muermos, y tú, mientras yo me la juego, te dedicas a roncar...– Dio Andrés un puñetazo al volante- ... ¡¡Que ya me la estáis refanfinflando bien, requetejoder!!

Farid se sintió atemorizado frente a la luz de desesperación que observó en los ojos amenazantes de Andrés.

-¡Vale ya, tío!- Empalideció el joven marroquí, y se pronunció en voz bien alta, sabiendo que Patonia estaba al quite de todo- En esta mascarada tan metido estás tú como éstas dos y yo mismo.

-¿Qué yo estoy metido?- Lanzó un gesto de estupor Andrés, que había encendido las luces del Cherokee, y observaba fijamente el gesto insidioso de Farid- Pero ¿tú de qué rehostias consagradas estás hablando?... ¿Mascarada?- Andrés notó que se le revolvía el estómago. Por primera vez no supo que decir. Dudó, sabiéndose atrapado, y más que hablar, masculló-: ¡No tienes ni pajolera idea de lo que significa esa palabreja, so “atontao”... ¡Mascarada! ¡Fantasmada!... ¡A tomar por culo!... Está bien, me he metido- Aceptó, observando un instante a Patonia, que permanecía en silencio, como sumida por encantamiento en la espesura insondable de un mutismo meditabundo. Movió entonces su cabeza la joven y se quedó mirando el cielo nocturno, como si allí, en aquella exquisita y titilante reverberancia de la noche, la tragedia no excediera más límites que los de las fábulas.

-Sí, mírala, tío. ¡Ahí la tienes, tan fresca, y haciéndose la longuis! ¡Muy españolita ella!- Trató de recuperar la calma Farid, sonriendo ante la mirada acusadora que Andrés le lanzaba a Patonia- Más claro... el agua. ¿O vas a seguir echándome a mí toda la culpa?...- Y punzando a Andrés, lanzó una carcajada- ¿No fue ella la que te comió el coco,... la que seguramente te dijo que te lo ibas a pasar de putísima madre en nuestra compañía? Porque lo que es yo, hasta ayer tarde, no tenía ni la más remota idea de que tú existieras... ¿Qué? Y tú (dirigiéndose a Patonia) ¿No abres tu boquita?- La muchacha le lanzó una mirada de ira- ¡Menuda mosquita muerta! Ésta enredaría al Profeta,... y, si hiciera falta, a Cristo y a su Padre. ¿Me equivoco, “habibi”? (le guiñó el ojo a la muchacha)... Seguro que ya se lo montó contigo también. ¿Te crees que no la conozco, colegui? Eccole quá!...

-¡¡Muérete, so cabronazo!!- Bramó Patonia.

-¡¡Bah!!...

-¡Joder, tío, mejor te callas!- Repuso cada vez más embravecido Andrés- Porque aún me estoy planteando cortar de cuajo esta irrisoria relación de lunáticos a la que no sé por qué coño he dado pie,... y porque me estáis jodiendo estas vacaciones que tan felices me prometía. Te juro, Farid, que como reviente, doy marcha atrás antes de que “cante el gallo tres veces”.

-¡Vale ya, colegui!- Se esforzó ahora Farid, en la medida de lo posible, por hallar una nueva elasticidad en sus comportamientos contrapuestos- ¡Acojonadito me tienes, tío! Cómo te embalas, joder. ¡Pareces el “Batman”!

-¡Y tú qué pareces, so listillo! ¡¡”La maldición de Frankestein”!!- Repuso Andrés, como quien trata de poner en orden un rompecabezas; o, sabiendo que no existe vencido ni vencedor, se esfuerza en abatir la absurda intensidad de toda crispación, observándose, finalmente, en el espejo de la más aconsejable temperancia.

La estentórea e inopinada carcajada que soltó Farid no dejó por ello de asombrar a Patonia y Andrés.

-“Como una puta cabra”- Se dijo para su capote el joven Cruz, y, ya más calmado, añadió-: A más jarabe de pico, mayores horteradas. Lo tuyo es grave amigo. ¡No grave, sino disparatado! Aquí estamos, chamulla que te chamulla, sin ir a parar a ninguna parte, perdidos en este desierto que parece el culo del mundo, y tú sigues cómo un cencerro... Por lo menos, podrías servirnos de guía, porque tu carreterita está podrida, amigo, y yo no veo una luz de salida por ninguna parte. Casi nos matamos por culpa del puto agujero este, mientras tú, que tenías que ser nuestra locomotora, acomodas tus huevos en ese asiento, te largas con Morfeo, y nos dejas a los demás que nos montemos la película de aventuras, felices con nuestra independencia en el alucine nocturno de toda esta negrísima mierda, porque el paisajito en que nos has metido, ¡se las trae! ¡Menudo panorama el que tenemos por delante, amiguete!.

-Joder, colegui, pues anda que tú, ¡menudo rollo el que me estás soltando! – Exclamó Farid, con mirada inocente, patética y cachonda a la vez- ¿Quieres que te diga la verdad, compañero? ¡Ojalá pudiera yo, como decís vosotros los españoles, chamullar como lo haces tú, porque me estás haciendo la picha un lío con toda esa palabrería!... Pero, hay algo que sí tengo que reconocer, que eres un tío legal, ... y generoso... Ecco?

-Yo no soy generoso- Hizo una mueca de aversión Andrés, mientras daba de nuevo marcha atrás al Cherokee- Por lo menos, no en el sentido que tú crees.

-No te entiendo, colegui.

-¡Ni puñetera falta qué hace!... A ver, habrá que bordear ese hoyo, si no nos matamos antes en esta oscuridad, y luego...

-Allora, carretera y manta...

-¡Sí, sí, carretera y manta! ¡Nos ha “jodío”, aquí el vacilón!... Lo que a mí me gustaría saber es dónde coño anda El Kelaa ese... Cuántos kilómetros más nos hemos de merendar antes de llegar a tu pueblucho de los cojones.

-Va bene, va bene, Andrés...- Dijo Farid, sin la menor impaciencia- Primero el wadi...

-¡Joder!, encima el wadi...-

-... y en seguida, ¡voilá!: El Kelaa.

-Mejor será que salgas del coche y me indiques cómo hostias salvo el hoyo... Además, yo por ahí veo algo que no me gusta nada. A mí me parece que la carretera asciende. Y no sé si es la oscuridad o alguna escarpadura en la que nos vamos a pegar el hostión. Menos mal que no hay icebergs por aquí, porque íbamos a acabar como el “Titanic”... A ver, quítate de en medio,... me parece que ahí, en la guantera, tengo una linterna... Toma y no te mates, que eso parece el “matto grosso”. Espero que no hayan serpientes...

Farid, cojeando, se apeó del Cherokee linterna en mano.

-¡Joder con el puto pie!- Exclamó, y se dirigió entre saltos a la parte trasera del vehículo. Luego, manoteando, indicó a Andrés un trozo del piso de la carretera donde abundaba más la gravilla y las ruedas se agarraban bien. Aceleró un tanto el joven Cruz.

-¡No aceleres, colega!- Gritó Farid- Espera que te indique... Hay que salir de la cuneta y meterse en el camino de al lado.

Con rabia, Andrés retrocedió hacia lo más oscuro, naturalmente con los faros traseros encendidos. Y marcha atrás, mientras las ruedas despedían gravilla a los lados, se llegó luego hacia un terreno blando. El Cherokee estaba desnivelado por completo, a punto de descender hacia una pendiente. Las ruedas traseras se habían balanceado fuera de la cuneta, mientras que las de delante habían levantado el vehículo al aire, como si fuera un trampolín desajustado que se bamboleara.

-¡Estás seguro de lo que haces!– Exclamó Andrés colérico- ¡Tú, Farid,... que nos vamos a “escoñar”, joder, y acabaremos atascados entre esa jungla de matorrales. ¿Es que no lo ves, so “zumbao”! ¡Me cago en el “sursum corda”! Pero ¿dónde nos estás metiendo?... ¡Este tío nos lleva de cabeza al infierno!...

-Pas probléme, mon ami.- Contestó Farid, que no se había enterado de la misa la media- Desciende...

Las cuatro ruedas del Cherokee tropezaron por fin con terreno blando, tras una caída en seco, que vapuleó a los ocupantes del vehículo; y, una vez metida la primera, pareció salir ya definitivamente adelante. Farid se situó frente a Andrés y le guiñó un ojo con satisfacción, al tiempo que levantaba el dedo gordo de su mano en señal de satisfacción.

-¡La madre...!- Farfulló Andrés, dándole de nuevo varios puñetazos al volante, ante la mirada asombrada de Patonia, que no apartaba ahora la vista de él, mientras Mónica se había caído del asiento dos o tres veces, prácticamente inconsciente.

Entonces los ojos del joven Cruz resplandecieron, observando a Farid, con tan ensimismada expresión como la que el más violento de los furores crea. Su extenuación interna secundaba ahora una especie de siniestra maquinación. Una conmoción maligno-infantil que parecía impelirle hacia la más tremebunda pesadilla que salirnos al paso puede en este mundo: ¡la de cercenar cabezas! Se sonrió diabólicamente, viendo al joven marroquí guiarle por aquel camino perdido entre la espesura.

-“Fantoche... de buena gana te quitaba de en medio”- Se dijo Andrés- “No tendría más que acelerar, y ¡zas!”

-¡Eh, Andrés!- Le sacó de su ensimismamiento la voz de Farid- Allí tenemos la cuneta otra vez... ¡Arriba, colega! ¡Dale, dale, que eres un tío con dos cojones!...

El atractivo rostro de Farid apareció entre los faros, y se interpuso sonriente ante el parabrisas.

-¡Buena faena, coleguilla! ¡Cada vez me caes mejor!

-“Y tú a mí como el culo”- Masculló Andrés

-¡”Salam aleikum”, tío grande!- Lo saludó guasonamente Farid.

-¡Sube, joder! Y déjate ya de tanta pamplina- Dijo algo más tranquilo Andrés- A mí no me vengas con peloteos ni “aleikumes”, que ya sólo falta que me llames “bwana”.

-¡Sí, “bwana”!- Siguió con la guasa Farid.

Revolvió los ojos Andrés como un lobo. Y agarrando a Farid por la blanca camiseta, aulló:

-¡A ver, so descerebrado!, ¿a ti cómo coño hay que insistirte en que no veo la hora de salir de esta puta selva africana? ¡Estoy hasta los mismísimos de toda esta juerga!

-¿Selva?...- Le miró desafiante Farid, desasiéndose de la atenazante mano de Andrés, mientras ocupaba de nuevo su asiento- Pero, ¿qué pijo dices, Andresito? ¿Te crees que estamos en Kenia?

-Oye, no vuelvas a calentarme. ¡Y de Andresito, nada! (aquel “ito” guasón empleado por el joven marroquí le ofendía como un insulto) Así que, ten cuidado. ¡Basta de cuentos y payasadas!- Apagó las luces Andrés antes de que Farid pudiese observar su rostro lívido. Luego mantuvo una mirada esquiva, apretó los labios, y puso en marcha de nuevo el Cherokee, que salió disparado como un cohete.

No hay comentarios:

Publicar un comentario